LAS PREGUNTAS DE LA VIDA 4.1.1.2 LAS PREGUNTAS DE LA VIDA. Fernando Savate | Page 41
Las preguntas de la vida
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El argumento intuitivo más común a favor de un Dios creador es el orden del cosmos, el cual
suponemos que sólo puede provenir de una Inteligencia ordenadora. En el apartado anterior ya hemos
indicado que tal «orden» bien puede provenir de la inteligencia del observador y no de un creador. Desde el
siglo XVIII se ha repetido muchas veces la metáfora del reloj: si encontramos al salir de casa un reloj,
suponemos que no se habrá hecho por casualidad sino que debe haber sido fabricado por un relojero; del
mismo modo, al comprobar los asombrosos engranajes de la maquinaria universal, tenemos que suponer que
ha sido fabricado por un hacedor de mundos, de inteligencia semejante a la humana aunque infinitamente
superior. Pero lo cierto es que tenemos experiencia de que los relojes los hace una inteligencia semejante a la
nuestra, mientras que carecemos de experiencia alguna de nadie que haga árboles, mares ni mucho menos
mundos. Por eso es irrefutable la protesta de David Hume en sus magníficos Diálogos sobre la religión
natural: «¿Me va a decir a mí alguien en serio que un universo ordenado tiene que provenir de algún
pensamiento y algún arte semejantes a los del hombre porque tenemos experiencia de ello? Para confirmar
este razonamiento se requeriría que tuviéramos experiencia del origen de los mundos, y desde luego no es
suficiente que hayamos visto que los barcos y las ciudades proceden del arte y la invención humanas» 22 . Y
otro pensador del siglo de las luces, Lichtenberg, también se indigna elocuentemente contra esta suposición:
«En las interpretaciones comunes sobre el Creador del mundo con frecuencia se entromete la insensatez
santurrona y afilosófica. El grito "¡cómo será quien creó todo esto!", no es muy superior al de "¡cómo será la
mina donde se encontró la luna!", pues por principio de cuentas habría que preguntarse si el mundo fue hecho
alguna vez, y después si el ser que lo hizo estaría en condiciones de construir un reloj de repetición con
hojalata... creo que no, esto sólo puede hacerlo un hombre. [...]. Si nuestro mundo fue creado alguna vez, lo
hizo un ser tan semejante al hombre como la ballena a las alondras. En consecuencia, no deja de asombrarme
que hombres famosos digan que un ala de mosca encierra más sabiduría que un reloj. La frase no dice más
que esto: la manera de hacer relojes no sirve para hacer un ala de mosquito; pero la forma de hacer alas de
mosquito tampoco sirve para hacer relojes de repetición» 23 .
Decir «Dios creó el mundo de la nada» es tan explicativo como afirmar «no sabemos quién hizo el
mundo, ni sabemos cómo pudo hacerlo». Pero cuando se refieren al tema del origen, los científicos suelen
incurrir en paradojas no muy distintas de las teológicas. Según la teoría del big bang, por ejemplo, el universo
se expande a partir de una explosión inicial, una singularidad irrepetible que no se dio en un punto del espacio
y un momento del tiempo sino a partir de la cual comenzó a abrirse el espacio y a correr el tiempo. Bueno,
pues tampoco resulta demasiado claro. Para que haya una explosión inicial, por metafórica que sea, algo debe
explotar en ella; quizá la explosión de ese «algo» sea el origen de las nebulosas, galaxias, agujeros negros y
demás objetos que mejor o peor conocemos (incluyéndonos nosotros mismos en el lote), pero entonces, ¿de
dónde salió ese «algo»?; si siempre estuvo ahí (es decir, en ninguna parte), ¿por qué ese «algo» explotó
cuando lo hizo y no antes o después? Etc., etc. Vistos los resultados de estas indagaciones, ¿no será mejor que
dejemos de hacernos tales preguntas o volvamos a los mitos para responderlas poéticamente? Pero ¿es que
acaso podemos dejar de hacérnoslas?
En su novela El resto es silencio el escritor guatemalteco Augusto Monterroso crea el perfil
humorístico de un pensador dado a las más graves meditaciones. Una de ellas dice así: «¡Pocas cosas como el
universo!». En efecto, lo único que parece evidente es que si hay tal cosa como una Cosa-Universo es
sumamente singular entre el resto de las cosas. Pero sin duda es precisamente ahí, en el universo, donde los
humanos somos y actuamos. Quizá debamos descender de lo cósmico y volver a ocuparnos de nuestros
pequeños quehaceres entre el cero y el infinito...
Da que pensar...
¿Por qué los humanos necesitamos un «mundo» en el que vivir y no sólo la realidad? ¿Cuáles son
los diferentes tipos de «mundo» en los que habitamos? ¿Cómo se asciende de uno a otro? ¿Cuáles fueron las
primeras respuestas dadas a la cuestión acerca del «universo» y de lo que en él existe? ¿Son los mitos meras
supersticiones ignorantes? ¿En qué se parecen los mitos a los principios propuestos por los primeros
filósofos? ¿Qué características ventajosas presenta la narración filosófica frente a la narración mítica?
¿Cuáles son las tres grandes preguntas básicas acerca del universo que se hacen los filósofos? ¿Cuáles son
las dos acepciones principales del concepto de «universo»? ¿Qué dificultades teóricas presenta cada una de
ellas? ¿Qué paradojas encierra plantear sobre lo inmenso las preguntas que hacemos sobre aquello que
podemos abarcar? ¿En qué consiste el «materialismo» filosóficamente comprendido? El universo ¿es ante
todo «cosmos» o «caos»? ¿Existe un «orden» en el universo? ¿Podemos desligar el concepto de «orden» de
22
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Diálogos sobre la religión natural, de D. Hume, trad. de A. J. Capelletti y Horacio López, Salamanca, Sígueme.
Aforismos, de G. Ch. Lichtenberg, trad. J. Villoro, México, Fondo de Cultura Económica.