LAS PREGUNTAS DE LA VIDA 4.1.1.2 LAS PREGUNTAS DE LA VIDA. Fernando Savate | Page 35

Las preguntas de la vida 35 ............................................................................................................................................................................................. «mundo»? Un entorno de sentido, un marco dentro del cual todo guarda cierta relación y resulta relevante de modo explicable. Para empezar, la idea de «mundo» tiene varios niveles, desde el más próximo y aparentemente trivial hasta el má s abrumador y cósmico. En el peldaño más bajo está lo que cada uno solemos llamar coloquialmente «mi mundo» o incluso «mi mundillo», es decir el ámbito de la familia, el grupo de amigos, el lugar de trabajo y los de diversión, los rincones que nos son más usuales o más queridos, el hogar. Un escalón después está mi ambiente social y cultural, los que son «como yo» aunque yo apenas les conozca o no les conozca en absoluto. Sigo subiendo y paso por mi país, la comunidad nacional a la que pertenezco, el área internacional en la que mi comunidad se integra, la humanidad incluso cuya condición simbólica comparto, el mundo de lo humano. Luego salgo ya del mundo afectivo, sociológico, específicamente humanista y paso a la escala planetaria: mi «mundo» es esta Tierra en la que nacemos y morimos, el planeta azul de mares y selvas en el que convivimos con tantos otros seres vivientes o ina- nimados, lo que el bueno de E. T. hubiera llamado (en el caso de ser «T.» y no «E. T.») conmovedoramente «¡mi casa!». Y más allá también es nuestro mundo el sistema solar, ya parcialmente visitado por exploradores o instrumentos humanos, y la Vía Láctea a la que nuestro sol está adscrito. Después el mundo sigue desbordándose hacia lo gigantesco, lo remoto y lo desconocido, se carga de nuevas estrellas, galaxias, nebulosas, agujeros negros, materia y antimateria... hasta que deja ya de ser «mundo» y se convierte en universo. El lugar en el que están todos los lugares, el ámbito que abarca cuanto existe, sobre la inmensa mayoría de lo cual por cierto nada sabemos. ¿No es vertiginosa esta sucesión de «mundos» cada uno de los cuales está dentro de otro más amplio como las muñecas rusas o las cajas chinas? ¡De mi cuarto de estar o la cafetería donde desayuno hasta los confines del espacio sideral, cuyo supuesto silencio espantaba a Pascal, según confesó este atormentado pensador del siglo XVII! ¡De mi «mundillo» al universo de todos y de todo! Y lo más notable de esta sucesión de mundos, dicho sea de paso, es que los más estrechos y reducidos son sin embargo los que vitalmente más me importan. Me preocupa mucho más el escape de gas en mi vivienda o el terremoto en mi país que las colosales conflagraciones de los astros cuyo resplandor tardará siglos en llegar hasta los observatorios de la Tierra... ¡si es que llega alguna vez! Pero a pesar de esta perspectiva irremediablemente provinciana, no dejo de ser consciente también de que formo parte del Universo con mayúscula. Y no menos irremediablemente me pregunto cosas sobre él: ¿de qué está hecho?, ¿es finito o infinito?, ¿cómo empezó?, ¿acabará alguna vez?, ¿estaba previsto que nosotros, los humanos y por tanto yo mismo, apareciésemos un día en tan fabuloso decorado? Etc., etc. Los interrogantes acerca del universo son sin duda los primeros que se hicieron los filósofos más antiguos (¡que todavía ni siquiera sabían en qué consistía eso de ser «filósofo»!). Seguramente ellos no comenzaron preguntándose por su «yo». como se ha hecho en este librito culpablemente moderno, por la misma razón que los niños empiezan preguntando cuánta agua hay en el mar o por qué no se caen las estrellas, nunca «¿quién soy yo?». La asombrada curiosidad, que según Aristóteles es el primer acicate para filosofar, la despierta antes el mundo que la cuestión de qué diablos pinto yo en él. En los viejos tiempos, las explicaciones sobre el universo venían siempre en forma de mitos: los astros eran dioses, la Tierra también y los volcanes, los mares o los animales provenían siempre de seres fabulosos. El trueno de los cielos era un gong tañido por un gigante invisible... No creamos que tales respuestas legendarias a preguntas concretas indican solamente una lamentable superstición, incapaz de raciocinio. Las divinidades y los ancestros míticos representaban también ideas, en el sentido que son definidas por Spinoza en sus Pensamientos metafísicas: «Las ideas no son otra cosa que narraciones mentales de la naturaleza». Y tales ideas míticas son a veces profundas, muy sugestivas y sin duda capaces de ayudarnos a tomar mejor en cuenta lo que el mundo significa mentalmente para nosotros. Lo que hicieron los primeros filósofos es cambiar esas ideas míticas por otra forma de narración mental de la naturaleza. Sus ideas fueron menos antropomórficas y acudieron a elementos impersonales para explicar la realidad. Cuando Tales de Mileto quiso señalar que la realidad universal es básicamente húmeda y fluida no habló de Océano o Tetis -las divinidades acuáticas- sino que dijo «todo está hecho de agua». Una afirmación literalmente «desmitificadora» y de consecuencias revolucionarias. ¿Por qué? Desde luego, no porque sea mucho más verdadera que las historias contadas por los mitos. Si queremos ponernos puntillosos, tan falso es que el mundo esté hecho de agua como que lo fabricase Caos, hijo rebelde de Cronos, etc. Además, ya en el capítulo segundo hablamos de que existen diversos campos de verdad, cada uno de ellos aceptable dentro de sus propios límites. Pero, a pesar de todo, las ideas filosóficas tienen una serie de ventajas sobre las ideas míticas. Para empezar, no son meras repeticiones de una tradición sino que proponen un punto de vista personal sobre lo existente: digamos que las ideas filosóficas tienen firma, sea la de Tales, la de Heráclito o la de Anaximandro. En segundo lugar, acuden por lo común a elementos materiales no antropomórficos o a formas intelectuales despersonalizadas (la Inteligencia cósmica propuesta por Anaxágoras carece de amoríos y otras peripecias biográficas como las que cuentan de Afrodita o Zeus). Nótese la paradoja: los mitos son anónimos pero cuentan el mundo a través de nombres propios y