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Opinión

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Profesía de una Era de Desdicha

Cuando era niño soñaba con tener una mini cámara espía como aquellos súper agentes de los programas de mi niñez. –¡Qué no haría con una cámara de esas!- fantaseaba. También veía los Supersónicos y las videollamadas y los robots como “Robotina” me parecían toda una promesa lejana e irrealizable.

Soñábamos con el futuro y el futuro de repente se volvió el presente, pero los cambios han sido tan bruscos que no hemos tenido tiempo de asimilarlos todavía. La cámara se integra a nuestro dispositivo móvil de llamadas y a nuestro PC personal, igual que las videollamadas y hasta la ubicación satelital. Podemos divisar nuestro hogar desde fotografías espaciales, las pantallas son ahora tridimensionales y los robots hogareños están esperando afuera al consumidor. De existir algún sinónimo posible de magia, ese sería tecnología.

Los niños actuales tienen hoy cámaras más pequeñas que las deseadas en mis fantasías, pero los niños de hoy día carecen de la capacidad de fantasear. Llegamos tan fácil y tan rápido a la edad soñada del silicio y de la fibra óptica, que nada parece inquietarnos ni es motivo de asombro. Que haya carros voladores no es ya una promesa feliz. La teletransportación no sería más que el remedio para obviar la demora del paisaje y de ingresar sencillamente las siliconas a un par de pechos así como una bala en la cabeza del enemigo.

Predigo que nos hallamos al borde de una era de sincera desdicha. Al mundo lo sacudirá una gran calamidad de facilismo, de colmo tecnológico, de abismales avances rutinarios.

El destino no ha sido conductista con nuestra especie; los cambios han sido tan fácilmente alcanzados que serán fuente de desdicha. Es bien conocido por la psicología humana que una vida ausente de retos y de logros genera infelicidad. Por esto no visualizo que El Futuro prometido pueda entregarnos tantas recompensas como las soñadas desde antaño.

La misma tecnología puede tener implícito su propio dispositivo de autodestrucción. El devenir, o mejor, el acontecer, fue proyectado por ancestros como Julio Verne que encontraron en el ejercicio de soñar el fetiche caricaturesco de lo que jamás podrían conocer materialmente. En cambio, la violenta materialización de aquellas ilusiones cosificó el ansia de los infantes que nada tendrán que fantasear. ¿Qué será del Silicon Valley sin niños visionarios que en la ridícula plastilina encuentren el alimento de remotas ilusiones?

Cristian J. Bohórquez Betancur