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Facebook: descentralización de la información
La letra sobre papel ha mostrado dificultades, sobre todo porque su divulgación masiva se dispone a cierta élite intelectual, social o económica, lo que aparentaba la brutalidad de un vulgo que no tenía nada serio que decir (sólo mucho qué leer), y se restringía a practicar la escritura desde la escuela a manera de fetiche intelectual.
Lo que reivindica los avances mediáticos es que hay mucho qué decir y mucho que se quiere decir, y el pópulo se ha aferrado con fuerza a esta segunda democratización de la palabra. La palabra espontánea pero no menos meditada, la palabra breve pero no falta de ciencia, la palabra libre mas no irresponsable, la palabra visual, osada y atractiva, heroica, valiente e independiente, crítica, audaz e irreverente, sarcástica, locuaz y divertida, incluso estética y también, contra toda expectativa, memorable.
Tecnoletras
En contra de Sócrates, regresista (y me permito el término), tengo para decir que la memoria se ha transformado. La humanidad muestra hoy su verdadera finalidad de ser una enorme red de procesamiento intelectual cuyo almacén conforma la recién llamada nube (Internet): el mar al que desembocan, lenta pero seguramente, todos los discursos humanos, hasta los anteriores tallados en papel. Si existe la anhelada “misión del hombre”, ésta podría ser la construcción del tejido simbólico, o neocórtex de la corteza atómica, como pago de la deuda de la vida.
Ciertamente no es el Facebook el único actante (afortunadamente), pero se hace protagonista. Ese pequeño enlace de “Compartir” permite la dispersión espontánea y simple de discursos (de todo tipo) describiendo un efecto dominó en crecimiento exponencial de linderos, por donde se irriga la savia simbólica elemental del comportamiento humano.
El aspecto que deseo rescatar de esta herramienta es la generación de la cultura de “compartir”. Hasta ese sencillo clic convergen todas las otras
manifestaciones discursivas que se desperdigaban por la red en ubicaciones virtuales ignoradas (blogs, perfiles, comentarios, revistas, archivos, videos, audios, fotos...), que se disponían a morir sin un lector.
Ahora bien, es cierto que todo lo que se comparte en el Facebook no es información que permita la justicia social, la democratización del conocimiento, el desenmascaramiento de jugadas políticas perversas o la instrucción de ciudadanos notables, pues la mayor parte habrá de ser un coloquio menos substancial en términos intelectuales. Es, en todo caso, una posibilidad que se encuentra haciendo una mella importante y creciente en los aparatos políticos, sociales y económicos que generen inequidad y disgregación.
Desde una perspectiva educativa, la cultura de compartir en el Facebook es también una práctica pedagógica. El analfabetismo no puede seguir entendiéndose en esta era como la incapacidad de la decodificación textual. Partamos de los niveles de la lengua: fonético-fonológico, morfológico, sintáctico, semántico, pragmático y discursivo; para observar que la alfabetización se ha restringido llevándose sólo hasta el cuarto o quinto nivel. Pero la alfabetización social de nuestro tiempo debe exceder ese límite absurdo y llegar hasta el análisis
[crítico] del discurso, para orientar sobre el abecé de la dinámica humana. Es desde esta concepción que propongo al maestro, en todos los niveles y áreas de la educación, como un alfabetizador (lo cual no es más que en pocos casos) y a la cultura del “compartir” en Facebook como una potencial pedagogía alfabetizadora de nivel discursivo.
Desde el dios egipcio Teuth, que descubrió las letras en el Fedro, hasta el profano Zuckerberg, quien rediseñó el voyeurismo en el Facebook, la palabra innova caminos insolentes con el exclusivo destino de democratizar el contacto discursivo; el nuevo ardid de Prometeo.