24 Salvador Carracedo Dapena
a los padres. ¿Tenían derecho a conocer su contenido sin el
consentimiento de la que fuera la novia, que era la destinataria?
¿Sería prudente hacerles partícipes? La única que podría
decidir con acierto era Alma. Así que ahora lo que procedía era
conocer su domicilio. ¿Cómo hacerlo? ¿A quién dirigirse para
conseguirlo? Primero pensó en el empleado del tanatorio con
el que había hablado. Quizá él pudiera hacer de intermediario
y dirigir una carta a los padres solicitándoles la dirección de
Alma. Pero ¿con qué pretexto? ¿Qué razones les podría dar?
Luego consideró posible hacerlo a través de alguna institución
de Plasencia, pero ¿cuál? ¿Cómo interpretarían su curiosidad?
Enseguida rechazó también esta idea. Sin embargo, algo le
bullía en su mente, que terminaría por darle la solución. A
Roger no le parecía adecuado enviar la cinta por correo. Después
de haber oído las cosas tan íntimas que en ella se decían,
hubiera sido descortés e insensible hacerlo de esa manera. Así
que, al final, tomó una decisión: lo mejor sería ir y entregarla
personalmente. Por otra parte, sentía cierta curiosidad por
conocer a Alma.
Cuando los padres de Roger se enteraron de las intenciones
de su hijo, creyeron que exageraba. ¿Qué falta hacía ir en persona
a entregar una cinta? Bastaba con enviársela por correo.
Sería más que suficiente.
—No, madre —les decía él—, creo que debo hacer algo
más.
—¿Tan importante es lo que se dice?
—Lo es, madre. Y creo que incluso debo pedirle perdón
por la indiscreción.
—Hijo —le decía su madre—, tú siempre tan cortés. Allá
tú. Pero convendría que antes contaras con tu hermano Jordi,
por si en estos días te necesita. Sabes lo atareado que anda en
esta época.