Las huellas de la vida 23
suyo. Tras saludar a Roger y conocer la intención de su visita,
le preguntó:
—¿Te han dado toda la información que necesitabas?
—Creo que sí.
—Lo que quizá no te habrán dicho es que este joven había
cumplido parte de su servicio militar en la Academia de
Talarn.
—No, ese dato no me lo han proporcionado.
—Pues así fue. Me enteré por sus padres a quienes acompañé
durante un día entero. Estaban muy afectados por su
pérdida. En la primera conversación que tuve con ellos, la
madre me confesó: «Con lo bien que contaba nuestro hijo de
este lugar cuando nos escribía; y que fuera a morir aquí y de
esa forma.» Sorprendido, les pregunté si él conocía Tremp.
«Claro —me contestó el padre—. Había completado la mili
en este campamento, no hacía mucho.» Lleno de curiosidad,
seguí: «¿Y cómo es que volvió por aquí?» «Ya sabe —dijo la
madre—, cuestión de amistades. Durante el tiempo que pasó
en esta localidad, tuvo ocasión de relacionarse y de trabar
amistad con compañeros de la zona». «El día del accidente,
precisamente —agregaba el padre— venía de hacer una visita
a uno de los amigos.» «¡Qué fatalidad!», les dije yo. Luego, en
confianza, me contaron más cosas de su hijo, referentes a sus
proyectos de juventud.
—Sí, fue una fatalidad. Pobres padres.
—Antes de partir, me dieron las gracias por mis horas con
ellos y me abrazaron como si fuera hijo suyo. A la verdad,
quedé muy conmovido por estas dos personas —concluyó el
empleado.
Roger había conseguido suficiente información sobre el
origen de Pedro y de sus padres. Pero la misiva no iba dirigida