Vaya… me has asustado – comentó aliviado el joven.
Una niña, de unos trece años, vestida con ropa corta y desgastada, estaba de pie ante él, con mirada inquisitiva, que se transformó de golpe en mirada de asombro al ver el aspecto del chico.
-Pero… ¿Qué te ha pasado? – preguntó la niña recorriéndolo de arriba abajo con la vista.
Lo cierto es que ahora que se paraba a pensarlo debía tener una pinta bastante extraña: Aún vestía el pijama, (un pantalón negro a rayas azul claro, y una camiseta simple de manga corta, de color negro) y estaba lleno de tizne, de la cabeza a los pies, probablemente de la ceniza del incendio, estaba despeinado, y tenía el pelo de corte medio, y además iba descalzo, y para terminar el cromo tenía un chorro de sangre seca que le recorría todo el brazo izquierdo, que seguramente se había hecho una herida con los escombros la noche anterior, intentando ayudar al viejo.
Zenel sonrió, la miró serenamente, y le respondió que era una larga historia.
-Ven, te levaré con los demás, te ayudaremos. – ofreció la chica, aunque Zenel no supo si era por pena, o por amabilidad.
Efectivamente, detrás de nos arbustos había una abertura en un pequeño monte, del que bajaba el rio, a la derecha, por una pequeña cascada. Realmente era un sitio muy agradable, y el chico tuvo la sensación de que le gustaría vivir en un lugar como ese.
Allí dentro se encontraban cuatro niños más, jugando a algo que parecían cartas, cuando los dos chicos llegaron a la entrada todos se callaron y se quedaron mirándolos fijamente
-Nara… ¿Quién es ese vagabundo? – preguntó uno de los chicos que miraba atónito al extraño que acababa de llegar.