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Úrsula… - balbuceó el muchacho.
-¡Tienes que irte, el señor Lobra dice que te buscan a ti! – exclamó la joven, como fuera de sí, sin dejar de mirar las titilantes figuras de sombras y humo que se acercaban cada vez más.
-¿A… mí? – Zenel estaba cada vez más desconcertado, mil imágenes y pensamientos sin sentido le invadían la mente, algo tenía que hacer, y el tiempo no estaba de su parte.
-¡Venga date prisa! – Apremió Úrsula. – Yo te buscaré, pero vete, hazle caso al viejo, ¡sabes que debe haber algún motivo!
El chico observaba a su amiga, atónito, ensimismado, como si la fuerza del momento hubiera hecho de él un montón de huesos y carne inmóviles, inservibles. La joven se giró, y sus miradas se entrecruzaron, por última vez en mucho tiempo, y sintió en ese instante todo lo que una persona pude sentir, condensado en una fracción de segundo.
Notó que Ponyta le mordía la camiseta y tiraba de él, le estaba indicando que se montase sobre ella, y así lo hizo.
Fin del prólogo.