La eterna soñadora
La trayectoria de la atleta paralímpica Pascale Bercovich, desde
las vías del tren de un suburbio de París, donde se debatió entre
la vida y la muerte, después de haber sido atropellada por un
tren, al Monte Herzl, donde encendió una antorcha para
conmemorar el 66 aniversario de la Independencia del Estado
de Israel, es un caso de estudio sobre la fuerza de voluntad.
Esta inmigrante francesa de 45 años, además de ser una lograda
periodista, es autora y directora de documentales, que ha
trabajado por toda Europa y África. Su mayor logro, sin embargo, es haber logrado todo esto en Israel.
A los 17 años, cuando iba de camino a la escuela secundaria, se cayó bajo el tren que estaba a punto de
salir, perdiendo sus dos piernas. Yaciendo sola en los rieles en la nieve durante 47 minutos, Pascale
vivió una experiencia cercana a la muerte espiritual. Después, durante las ocho horas que duró su
rescate, despierta y ya consciente de su nueva condición, tomó la decisión que cambió su vida para
siempre. Ella sabía que nada podría detenerla otra vez, ni un tren, ni una convención social, ni su familia
o el miedo.
Armada con la inquebrantable creencia de que nada podía detenerla, Pascale siguió su sueño de vivir en
Israel. En el verano de 1985, siete meses después de tener ambas piernas amputadas hasta el muslo,
c ontra viento y marea, luchar contra familiares escépticos y emisarios de aliá pesimistas, voló sola a este
país totalmente nuevo. Su equipaje consistía en una maleta, una silla de ruedas, 2.000 Shekel en el
bolsillo y tres palabras en hebreo.
Se enroló en el Ejército de Defensa de Israel como su primera voluntaria parapléjica y fue instructora en
el programa de Sar-El, donde voluntarios extranjeros sirven en el ejército por temporadas cortas. Su
decisión de vivir en Israel no fue algo sobreentendido para una chica que creció en un típico entorno
católico francés, ni siquiera consciente de su ascendencia judía (su padre es judío) hasta que cumplió 13
años. Incluso entonces, ese era un tema del que no se hablaba en casa.
Tenía ya 30 años cuando supo que parte de su familia había perecido en el Holocausto. Durante su
servicio militar se convirtió al judaísmo, algo que ella considera como una formalidad. Aunque creció
sabiendo poco sobre el sionismo, Bercovich es en muchos aspectos sionista desde la cuna. Ella es
inamovible, una idealista impulsada por las palabras de un hombre del que no había oído hablar durante
su infancia en un aburrido barrio obrero de París: “Si quieren, esto no es un sueño”.
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