La Revista Digital 1 Versión Final Revista No. 2 - Prueva | Page 76

A. Guerrero y R. Paz Soldán es efectivamente operativizado. Hasta ahora, todos los intentos por diversificar el currículo, en la práctica sólo han servido para “maquillar” el sistema, no se ha logrado plasmar una reforma estructural acorde con los intereses de las comunidades rurales, en base a sus potencialidades. Asimismo, la vinculación de la escuela con la comunidad es limitada. En general proviene de una concepción reducida del rol del docente formado para actuar sólo en el aula. Aunque en su formación magisterial incluyen cursos de alfabetización y de formación educativa comunal, el contacto con la comunidad es casi nulo, lo que impide ampliar la perspectiva de la acción educativa que se instrumentalice para una acción profesional más allá del aula. En este sentido, la escuela no ha logrado constituirse en el nexo adecuado entre demanda y recurso, puesto que el docente impregnado de una concepción citadina, con tradiciones culturales y patrones sociales diversos, pretende imponer y manejar códigos que no son propios de la comunidad. De esta manera, la educación resulta un aspecto aditivo. Existe una brecha entre la programación curricular y la ejecución curricular en las IIEE rurales, y difícilmente evidencian las particularidades locales o las diferencias campo-ciudad. La manera como las comunidades campesinas de la sierra “ven” a la escuela oficial se resume en tres tendencias (Ansión, 1988): la primera, es la escuela como “devora niños”, es una institución a la que hay que temer, se entiende que la lectoescritura es un don de Dios, negado a los “indios” (nativos) y concedido sólo a los blancos españoles (conquistadores), posición con tendencia a desaparecer; la segunda, es la escuela como “instrumento de poder”, que representa, en función de la lectoescritura y el manejo numérico, un valioso instrumento de poder para defenderse de las agresiones de la ciudad, relacionado con el intercambio campo - ciudad, así como en los reclamos legales por posesiones de tierras, pues el que no sabe leer y escribir y no sabe hacer las cuentas, no tiene ninguna posibilidad de éxito, siendo ésta una posición mayoritaria en el campesinado; la tercera, es la educación como base del desarrollo que debe estar al servicio de los intereses de la población rural, de sus potencialidades y capacidades para el desarrollo, esta es una posición de vanguardia minoritaria pero en ascenso. Además de la postergación socioeconómica del medio rural, hay una evidente desvalorización de la propia cultura. El sistema educativo en su conjunto asume como norma nacional lo urbano y sus valores, desarrollando un proceso de imposición cultural sin considerar las diferencias regionales y locales, así como el carácter eminentemente pluricultural de la sierra y sus ecosistemas montañosos. Con relación a este tema, la opinión de los padres de familia es elocuente, muchos de ellos señalan que, desde el punto de vista de sus actividades, el enviar a los niños y niñas a la escuela es “perderlos”, puesto que cuando regresan, el desarraigo es tal que ya no quieren hacer las labores de la chacra, es que van a la escuela para dejar de ser campesinos 74 y ascender en la escala social, en la cual el campesinado se encuentra entre los últimos lugares. La relación docente-alumno es unidireccional y sumamente autoritaria. El docente se orienta y se dirige hacia sus alumnos como individuos aislados y no trata de favorecer la integración del grupo escolar. Se acatan sus órdenes y éstas se cumplen sin dudas –aunque con murmuraciones-, puesto que el mantenimiento de la disciplina y del “principio de autoridad” es considerado como elemento básico en el proceso de aprendizaje del educando. Las clases son unidireccionales, convirtiendo al profesor en un “dictador” de conceptos, sin ocasión de análisis y creatividad. Esta forma de trabajo, evidentemente, no lleva a cambios en el comportamiento. La forma mediante la cual se transmiten y/o producen los conocimientos al interior del aula, nos remite a la metodología a través de la cual se concretizan los procesos de aprendizaje, enseñanza y comunicación en los que se expresa la interacción docente-alumno. En el aula, es el docente el que define la relación, con roles diferenciados para él y los alumnos. Este vínculo de relación que se manifiesta en el trato a los alumnos, la forma de dirigirse, los métodos y técnicas empleados, los principios y variables del aprendizaje, se sustenta en patrones establecidos que orientan y definen determinados estilos pedagógicos, habiendo interiorizado consigo un patrón de relación configurado a lo largo de sus propios procesos de socialización. La mayoría basa su práctica docente en el desarrollo de los contenidos, que independientemente de su naturaleza, siguen una estructura única, cuyo objetivo es devolver la información recibida. El patrón de relación con los alumnos se expresa en el control de la comunicación por parte de los docentes. Prima el discurso oral, presentado en forma de monólogo. Esto anula la posibilidad de comprender las necesidades de participación y de expresión de los alumnos. El docente –como actor principal- pone en práctica sus reglas de juego. Los alumnos tienen que estar atentos, escuchar y tratar de entender, su función es permanecer callados y tranquilos. La imagen “estereotipada” de niños “tímidos, vergonzosos y retardados”, que tiene el docente -en tanto niños campesinos- se afianza con el tipo de relaciones establecidas. De otro lado, también hay que reconocer que una minoría de docentes -aparentemente en ascenso- basa su práctica en una relación relativamente democrática y participativa en el hecho de ser más que un guía o un facilitador, es un mediador de los logros de aprendizaje de sus estudiantes. Esta actitud se evidencia en el aula y fuera de ella, el docente deja de ser el actor protagónico y comparte con los alumnos el escenario de su actu