La Revista Digital 1 Versión Final Revista No. 2 - Prueva | Page 59

Legado de los Programas de Desarrollo Ambiental Participativo (PDAP) en los Andes: Lecciones Aprendidas de la comunidad y la familia campesina y estimula la formulación de soluciones consensuadas. Su producto final es un plan de trabajo comunitario de desarrollo en el que se visibilizan las necesidades de hombres y mujeres de la comunidad. En el plan se priorizan las actividades para lograr niveles de satisfacción en unos y otras de acuerdo a los beneficios previstos. Las instituciones estatales, internacionales y las ONGs pueden tener un rol de soporte en la ejecución de los planes, pero no un papel central. Figura 5. Terrazas de lenta formación con especies nativas. los sitios individuales a través de los Andes (FAO, 2014). El Estudio de Caso 2 muestra una práctica con tales características. Estudio de Caso 2: La importancia económica de la tara. Figura 4. La planificación participativa crea compromiso. Promover las Buenas Prácticas En su trabajo “Agroforestry in the Andes”, David Ocaña explica que usar como punto de partida las prácticas tradicionales de los agricultores andinos ayuda a los agentes de desarrollo a ahorrar tiempo en la formulación y aplicación de nuevas prácticas más eficientes y eficaces. Aunque muchos conocimientos tradicionales se han perdido, los programas anteriores han sido capaces de recuperar mucha información y desarrollar prácticas que efectivamente les ayudan a las familias andinas a satisfacer necesidades sentidas. Esto comienza con el uso de las especies nativas de árboles y arbustos para proteger los cultivos de las heladas, los vientos y la sequía. Plantar Polylepis spp. (Quenua y Quinual) y Buddleia spp. (Colle y Quishuar) (ver Figura 5) no sólo permite a los agricultores aumentar la producción de papas y otros tubérculos, sino también facilita la expansión de importantes cultivos de verduras como cebollas, ocas, coles y hierbas medicinales esenciales como son el orégano, el cedrón, la valeriana y la salvia (Ocaña, 1990). La FAO define una “buena práctica” como una práctica que ha demostrado funcionar bien y producir resultados positivos, por lo que se recomienda como modelo. Es una experiencia exitosa, eficaz, sensible al género, económicamente y ambientalmente sostenible, técnicamente factible e inherentemente participativa, se adapta al cambio climático y merece ser compartida para que un mayor número de personas pueda beneficiarse de ella. No importa cuán buena sea la práctica, ésta debe ser revalidada en cada sitio de trabajo específico antes de su expansión. Esto, por supuesto, se debe a las variaciones sociales, ecológicas y económicas de las comunidades y Revista de Glaciares y Ecosistemas de Montaña 2 (2017): 51-64 La semilla de la Tara se exporta desde Perú a China, Estados Unidos, Japón, Suiza, Francia, Taiwán y Brasil. Las exportaciones promedio para el período de 1990 a 1993 fueron 4,967 toneladas / año. Esto representó ingresos de US$ 3.63 millones. Después de obras de raleo, la densidad final de una plantación de Tara es aproximadamente 400 plantas / ha. Al cuarto año, se produce 40 kg de frutos por planta, cuatro veces al año, dando una producción total de 64,000 kg de frutos por año por ha, aproximadamente. La producción continúa durante al menos 60 años, y, a veces de hasta 85 años. En el mercado peruano el precio medio de Tara es US$ 0.22 / kg, pero para Tara de exportación el precio es US$ 1.3 / kg. Si los 64,000 kg se vendieran al precio de exportación, se produciría una venta bruta de US$ 83,200 / ha / año. Por desgracia, los campesinos no han logrado hacer exportaciones. Sin embargo, una familia campesina que tenía una hectárea de Tara en producción puede recibir un ingreso anual de US$ 3,328, o el equivalente a un ingreso mensual de US$ 277 / mes. Aunque esto no es una suma enorme, pone a los agricultores que cultivan Tara por encima de la línea de pobreza promedio del país. No importa cuán b