La Revista Digital 1 Versión Final Revista No. 2 - Prueva | Page 112

D. Walter antaño, describían matanzas fuera de lo común. Una historia había marcado las mentes, la de los hermanos Yánac. Encargados de vigilar los trabajos de seguridad de las lagunas en Jankarurish, en el valle del Alpamayo, en 1950, estos últimos aprovechaban de los largos períodos pasados en la hallqa para saciar su pasión por la caza. ¡Una vez incluso no dudaron en matar a unos sesenta cérvidos! ¡Los pedazos de charki (carne seca) y los pelajes secaban sobre todas las rocas! Pero al final de cuentas, los dos hermanos no salieron ganadores e incluso casi perecen ahí: un aluvión sancionó inmediatamente este exceso surgiendo de las entrañas de la montaña y llevándose todo a su paso. (Este aluvión tuvo lugar en octubre de 1950.) Que se trate de mitos o de experiencias vividas, todos los relatos coinciden para decir que llevarse a una presa es un juego que puede revelarse muy peligroso. El cazador se libra, pues, a su pasión bajo su propio riesgo, puesto que la caza puede voltearse contra él. Pero el cazador sabe a veces mostrarse más astuto que el abuelito y utiliza prácticas secretas, recurriendo a la sal. El Rol de la Sal Así, el tío de Delfín se había ido a cazar de noche con dos compañeros, cuando se presentó delante de ellos un cérvido gigantesco (¡un venado de tremendo tamaño!), evidentemente el reproductor. Los hombres se acercaron y tiraron varias veces sin resultado. Entonces, el tío usó su secreto y mezcló una pizca de sal con la pólvora del fusil. Esta vez el animal cayó. Los cazadores lo cortaron en seguida hasta el corazón y arrojaron sal en la llaga. ¡A buena hora! Pues se aproximó un grupo de abuelitos en armas, contando sus animales. -¿Cuántos tenemos? - Falta uno... Falta el reproductor... Furiosos, llegaron al lugar donde este yacía, muerto. - No es él, no es el olor de nuestro animal. Antes de las primeras luces del alba, desaparecieron, abandonando a los cazadores, desde ya fuera de peligro. En todas las culturas, la sal juega un rol determinante, tanto utilitario, para la domesticación de los animales o la conservación de las carnes, como simbólico: en la tradición europea permitía rechazar al diablo. En las creencias andinas, la sal posee una función adicional como elemento discriminador entre la “naturaleza” y la “cultura”: permite diferenciar a los hombres “civilizados” de los tiempos actuales de los seres “salvajes” que pertenecen a los tiempos míticos del pasado (pasado = era “salvaje” sin sal), puesto que estos no utilizaban la sal. Para los campesinos de la Cordillera Blanca, la sal juega entonces un doble rol de transformación (practican generosamente el salado de las presas) y de protección. En lo que concierne a nuestros cazadores, permite sobre todo matar al reproductor mezclando una pizca con la pólvora del fusil. Les sirve también para disimular el olor del tarugo muerto, que 110 de este modo el ancestro no puede reconocer, haciendo una incisión hasta el corazón del animal para colocar un puñado de sal. Después de haber analizado estas ricas creencias relativas a la caza, veamos ahora como el tarugo ha sido erigido como metáfora de los glaciares. El Tarugo como Metáfora del Glaciar Aunque la mayoría de los campesinos nunca han puesto un pie en un glaciar, conocen sus fenómenos dinámicos. Desde el fondo de las quebradas, que recorren para vigilar al ganado, están bien ubicados para observar los seracs suspendidos por encima de las paredes rocosas, cuyos bloques se rompen y se derrumban con estruendo en las lagunas. Cuando recorren las crestas, están en primera fila para apreciar el espectáculo de una avalancha, la cual, al desprenderse brutalmente de una pendiente vertiginosa, proyecta en el cielo una inmensa nube de nieve. Las coladas de nieve, que se descargan entonces por canaletas estrechas, producen un estrépito ensordecedor, que resuena en todo el valle. Varios testimonios directos o indirectos de mis informantes describen visiones que ocurren en los momentos que preceden inmediatamente la caída de una avalancha. El viejo Makshi me describió un cérvido que emergía de una fisura. Me explicó que ese cérvido, llamado rahu tarush (“tarugo del glaciar”), era un encanto y que su apariencia física era casi idéntica a la del animal real, la única diferencia notable era que el cuerpo del rahu tarush estaba cubierto de largos pelos. Un amigo de Rigoberto también había visto el cérvido encantado surgiendo de un hueco en el glaciar encima de la laguna de Shallap, seguido de la avalanch