LA LADRONA DE LIBROS La ladrona de libros | Page 95
Markus Zusak
La ladrona de libros
A las puertas del hurto
Esperó a su padre en los escalones, contemplando la dispersión de la ceniza
y los cadáveres de libros amontonados. Un triste espectáculo. Las brasas
anaranjadas y rojizas parecían golosinas abandonadas y ya no quedaba casi
nadie. Liesel había visto alejarse a frau Diller (muy ufana) y a Pfiffikus (cabello
blanco, uniforme nazi, los mismos y maltrechos zapatos y un silbido triunfal).
Ahora, los únicos que quedaban eran los del servicio de la limpieza y pronto
nadie sería capaz de imaginar lo que había ocurrido.
Aunque se olía.
—¿Qué haces?
Hans Hubermann se acercó a los escalones de la iglesia.
—Hola, papá.
—Se supone que tendrías que estar delante del ayuntamiento.
—Lo siento, papá.
Se sentó a su lado, reduciendo su altura a la mitad, y cogió un mechón de
Liesel, que le pasó detrás de la oreja con delicadeza.
—¿Qué pasa, Liesel?
La niña guardó silencio unos instantes. A pesar de que ya sabía el
resultado, estaba haciendo sus cálculos. Una niña de once años es muchas cosas,
pero no tonta.
UNA PEQUEÑA SUMA
La palabra «comunista» + una gran hoguera + un fajo de
cartas sin dueño + las desventuras de su madre + la muerte de
su hermano = el Führer
El Führer.
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