LA LADRONA DE LIBROS La ladrona de libros | Page 91

Markus Zusak La ladrona de libros aterrizado sin saber cómo en medio de la ciudad y que debía extinguirse y deprisa. El olor empezó a expandirse entre la gente, que se mantenía a buena distancia. Había más de mil personas en la explanada, en los escalones del ayuntamiento, en los tejados que rodeaban la plaza. Cuando Liesel intentó abrirse paso, un chisporroteo le hizo pensar que ya habían encendido la hoguera. No era así. Era el rumor de la gente en movimiento, que discurría y se cargaba de energía. ¡Han empezado sin mí! Aunque había algo en su interior que le decía que aquello era un crimen — después de todo, los tres libros eran los objetos más preciados que poseía— necesitaba ver esa cosa en llamas. No podía evitarlo. Creo que a los humanos les gusta contemplar la destrucción a pequeña escala. Castillos de arena, castillos de naipes, por ahí empiezan. Su gran don es la capacidad de superación. El temor de perdérselo se desvaneció al encontrar un agujero entre los cuerpos y ver la montaña de culpa todavía intacta. La removían y la rociaban, incluso escupían. Le recordó a un niño repudiado, abandonado y atemorizado, incapaz de escapar a su destino. A nadie le gustaba. La cabeza gacha. Las manos en los bolsillos. Para siempre. Amén. Los objetos continuaron rodando por las laderas mientras Liesel buscaba a Rudy. ¿Dónde estaría ese Saukerl? Cuando levantó la vista, el cielo se estaba agazapando. Un horizonte de banderas y uniformes nazis entorpecía su visión cada vez que intentaba mirar por encima de la cabeza de un niño. Era inútil. La multitud era eso mismo, una multitud, y no había manera de hacer que se moviera, colarse por en medio o razonar con ella. Respirabas con ella y cantabas sus canciones. Esperabas su hoguera. Un hombre sobre un estrado pidió silencio. El uniforme era de un marrón resplandeciente, prácticamente se apreciaba todavía el humo de la plancha. Por fin se hizo un silencio. Sus primeras palabras: «Heil Hitler!» Su primer gesto: el saludo al Führer. —Hoy es un gran día —empezó—. No sólo es el cumpleaños de nuestro gran líder, sino que además hemos abatido a nuestros enemigos una vez más. Hemos impedido que se apoderen de nuestras mentes... Liesel seguía intentando abrirse camino entre la gente. 91