LA LADRONA DE LIBROS La ladrona de libros | Page 90
Markus Zusak
La ladrona de libros
Cien por cien puro sudor alemán
La gente flanqueaba las calles mientras la juventud de Alemania desfilaba
hacia el ayuntamiento y la plaza. En muy contadas ocasiones Liesel se permitía
dejar de pensar en su madre o en cualquier otro problema del que se
considerara dueña. El pecho se le henchía cuando la gente los aplaudía al pasar.
Algunos niños saludaban a sus padres, aunque de manera furtiva, pues les
habían ordenado explícitamente que desfilaran derechos y no miraran ni se
dirigieran a la multitud.
Cuando el grupo de Rudy entró en la plaza y les mandaron detenerse, hubo
una excepción: Tommy Müller. El resto del regimiento detuvo la marcha, pero
Tommy arremetió contra el chico que iba delante de él.
—Dummkopf! —le soltó el chico antes de volverse.
—Lo siento —se disculpó Tommy, con los brazos estirados a modo de
descargo. Su rostro tropezó consigo mismo—. No lo he oído.
Sólo fue un breve incidente, pero también un avance de los problemas que
se avecinaban. Para Tommy. Y para Rudy.
Al final del desfile, las divisiones de las Juventudes Hitlerianas obtuvieron
permiso para dispersarse. Habría sido imposible mantenerlos en formación
mientras la hoguera ardía en sus ojos e inflamaba sus ánimos. Gritaron al
unísono «Heil Hitler» y les dieron permiso para salir corriendo. Liesel buscó a
Rudy, pero en cuanto los niños empezaron a desperdigarse, se vio atrapada en
medio de una marea de uniformes y voces chillonas. Niños llamando a otros
niños.
A las cuatro y media, la temperatura había bajado considerablemente.
La gente bromeaba diciendo que era hora de entrar en calor.
—De todos modos, es para lo único que sirve toda esa basura.
Utilizaron carros para transportarlo todo, que vaciaron en medio de la
plaza, y rociaron la montaña con algo de olor dulzón. Libros, papeles y otros
objetos resbalaban de la pila o se caían, pero los devolvían de nuevo al
montículo. Desde lejos parecía un volcán. O algo grotesco y extraño que había
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