LA LADRONA DE LIBROS La ladrona de libros | Page 85
Markus Zusak
La ladrona de libros
Y robo de libros.
Esa mañana todo transcurría con total normalidad en el hogar de los
Hubermann.
—Ese Saukerl ya vuelve a estar mirando por la ventana —rezongó Rosa
Hubermann—. No falla ni un día. ¿Y ahora qué miras?
—¡Madre mía! —exclamó Hans, complacido. La bandera, a modo de capa,
ocultaba su espalda desde la ventana—. Deberías venir a echar un vistazo a esa
mujer. —Volvió la cabeza y sonrió a Liesel—. Tendría que salir corriendo tras
ella. Te da cien mil vueltas, mamá.
—Schwein! —Rosa agitó la cuchara de madera en su dirección.
Hans siguió contemplando desde la ventana a una mujer imaginaria y un
auténtico despliegue de banderas alemanas.
Ese día todas las ventanas de las calles de Molching estaban engalanadas en
honor al Führer. En algunas casas, como en la de frau Diller, los cristales
resplandecían y la esvástica parecía una piedra preciosa sobre una manta roja y
blanca. En otras, la bandera colgaba del alféizar como si fuera la ropa de la
colada. Pero ahí estaba.
Un poco antes había ocurrido una pequeña catástrofe: los Hubermann no
encontraban la suya.
—Vendrán a por nosotros —le advirtió Rosa a su marido—. Vendrán y nos
llevarán. —Ellos—. ¡Tenemos que encontrarla!
Ya se habían hecho a la idea de que Hans tendría que bajar al sótano y
pintar una bandera en una sábana vieja cuando, por fortuna, apareció enterrada
detrás del acordeón, en el armario.
—¡Me la tapaba ese maldito acordeón! —Rosa giró sobre sus talones—.
¡Liesel!
La niña tuvo el honor de colgar la bandera en el marco de la ventana.
Hans hijo y Trudy fueron ese día a cenar, como solían hacerlo en Navidad o
Pascua. Puede que sea un buen momento para presentarlos en detalle: Hans
hijo medía como su padre y tenía su misma mirada, aunque el metal de sus ojos
no era cálido como el de Hans; lo habían Führereado. También era más
musculoso, tenía el cabello áspero y rubio y la piel de color hueso.
Trudy, o Trudel, como solían llamarla, era sólo unos pocos centímetros más
alta que Rosa. Tenía el lamentable y patoso caminar de Rosa Hubermann, pero
todo lo demás era mucho más dulce. Trabajaba de criada en la zona pudiente de
Munich, así que estaba bastante harta de niños, pero siempre le dirigía a Liesel
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