LA LADRONA DE LIBROS La ladrona de libros | Page 81
Markus Zusak
La ladrona de libros
Correo sin dueño
Escena prospectiva en el sótano, septiembre de 1943.
Una niña de catorce años escribe en un pequeño libro de tapas oscuras. Está
esquelética, pero es fuerte y ha visto muchas cosas. Su padre está sentado con el
acordeón a los pies.
—¿Sabes, Liesel? Estuve a punto de responderte por carta y firmar con el
nombre de tu madre —confiesa. Se rasca la pierna, aunque ya le han quitado la
escayola—. Pero no pude, no me atreví.
En varias ocasiones, a lo largo de enero y todo febrero de 1940, a Hans se le
rompió el corazón cuando Liesel miraba en el buzón para ver si había llegado la
respuesta a su carta.
—Lo siento, hoy nada, ¿verdad?
Mirando atrás, Liesel comprendía que todo había sido en vano. Si su madre
hubiera estado en condiciones de responder, ya se habría puesto en contacto
con el personal del centro de acogida o directamente con ella o con los
Hubermann. Pero nada.
Por si fuera poco, los Pfaffelhürver de Heide Strasse, clientes también de la
plancha, le entregaron una carta a mediados de febrero. Los dos salieron a la
puerta de casa haciendo gala de su altura, con mirada lastimera.
—Para tu madre —dijo el hombre, entregándole el sobre—. Dile que lo
sentimos. Dile que lo sentimos.
No fue una de las mejores noches en casa de los Hubermann.
Incluso desde el sótano, al que Liesel se retiró para escribir la quinta carta
dirigida a su madre (todas ellas pendientes de enviar, exceptuando la primera),
oyó los insultos y el escándalo que Rosa armó por los Arschlöcher de los
Pfaffelhürver y el asqueroso de Ernst Vogel.
—Feuer soll'n's brunzen für einen Monat! —la oyó gritar. Traducción:
«¡Deberían mear fuego un mes entero!».
Liesel escribía.
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