LA LADRONA DE LIBROS La ladrona de libros | Page 59

Markus Zusak La ladrona de libros actitud vigilante mientras tocaba, porque ignoraba que el acordeón de Hans Hubermann fuera una historia en sí. Una historia que llegaría al número treinta y tres de Himmelstrasse de madrugada, con los hombros arrugados y una chaqueta con tiritera. Llevaría consigo una maleta, un libro y dos preguntas. Una historia. Una historia después de otra historia. Una historia dentro de otra historia. Por ahora, en lo concerniente a Liesel, sólo existía una y la disfrutaba. Se acomodó entre los largos brazos de hierba, tumbada de espaldas. Cerró los ojos y sus oídos abrazaron las notas. Claro que, también tenían algún que otro problema. A veces Hans se contenía para no chillarle. «Vamos, Liesel —le decía—, pero si sabes esta palabra, ¡la sabes!» Justo cuando parecía que avanzaban a buen ritmo, algún obstáculo les obligaba a reducir la marcha. Si hacía buen tiempo, por las tardes iban al Amper. Y si hacía mal día, bajaban al sótano. Sobre todo por Rosa. Al principio lo intentaron en la cocina, pero era imposible. —Rosa, ¿podrías hacerme un favor? —le pidió Hans en una ocasión. Tranquilamente, sus palabras interrumpieron una de las frases de Rosa. Esta apartó la mirada del fogón. —¿Qué? —Te lo pido. No, te lo ruego: ¿podrías cerrar la boca aunque sólo fueran cinco minutos? Ya te imaginas la reacción. Acabaron en el sótano. Allí abajo