LA LADRONA DE LIBROS La ladrona de libros | Page 57
Markus Zusak
La ladrona de libros
El aroma de la amistad
La instrucción continuó.
Durante las semanas siguientes y el verano, la clase de medianoche
comenzaba después de las pesadillas. Liesel mojó la cama en dos ocasiones más,
pero Hans Hubermann se limitó a repetir su heroica colada, y luego se puso
manos a la obra con la lectura, el garabateado y el repaso. A altas horas de la
noche, los susurros eran escandalosos.
Un jueves, hacia las tres del mediodía, Rosa le dijo a Liesel que se preparara
para acompañarla a entregar la ropa planchada. Sin embargo, Hans tenía otros
planes.
—Lo siento, mamá, pero hoy no puede acompañarte —repuso el padre,
entrando en la cocina.
Rosa ni se molestó en apartar la vista de la bolsa de la colada.
—¿Y a ti quién te ha preguntado, Arschloch? Vamos, Liesel.
—Tiene que leer —insistió. Hans dedicó a Liesel una sonrisa resuelta y un
guiño—. Conmigo. Le estoy enseñando. Vamos a ir al Amper, río arriba, donde
suelo ensayar con el acordeón.
Ahora sí había captado su atención.
Rosa dejó la colada sobre la mesa y adoptó el grado conveniente de
cinismo.
—¿Qué has dicho?
—Creo que ya me has oído, Rosa.
Rosa rió.
—¿Qué diablos vas a enseñarle tú? —Una sonrisa de cartulina. Un gancho
directo de palabras—. Como si tú leyeras tan bien, Saukerl.
La cocina estaba a la expectativa. Hans lanzó un contragolpe.
—Ya llevaremos nosotros la plancha.
—Serás... —Se contuvo. Las palabras se agolparon en su boca mientras
consideraba la situación—. Volved antes de que oscurezca.
—No podemos leer en la oscuridad, mamá —intervino Liesel.
—¿Qué has dicho, Saumensch?
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