LA LADRONA DE LIBROS La ladrona de libros | Page 432

Markus Zusak La ladrona de libros Max Alex Steiner volvió a abrir la sastrería cuando acabó la guerra y Hitler corrió a mis brazos. No le rentaba ningún beneficio, pero al menos se mantenía ocupado unas horas al día, junto a Liesel, quien solía acompañarlo. Pasaban mucho tiempo juntos y a menudo se daban un paseo hasta Dachau después de su liberación, aunque allí eran los estadounidenses quienes los rechazaban. Al fin, en octubre de 1945, un hombre de ojos cenagosos, plumas por cabello y un rostro recién rasurado entró en la tienda. Se acercó al mostrador. —¿Hay por aquí alguien llamado Liesel Meminger? —Sí, está dentro —contestó Alex. No quiso hacerse falsas esperanzas, así que decidió asegurarse—. ¿Quién pregunta por ella? Liesel salió. Se abrazaron y lloraron y cayeron de rodillas. La entrega Sí, he visto muchísimas cosas en este mundo. Soy testigo de los peores desastres y trabajo para los peores villanos. Con todo, también tiene sus momentos. Existen diversas historias (como ya antes he apuntado, un puñado nada más) que me procuran distracción mientras trabajo, igual que los colores. Las recojo en los lugares más infortunados e inverosímiles y me aseguro de recordarlas mientras me dedico a mis quehaceres. La ladrona de libros es una de esas historias. Por fin pude hacer algo que llevaba mucho tiempo deseando cuando viajé hasta Sidney y me llevé a Liesel. La dejé en el suelo y, mientras paseábamos por la avenida Anzac, cerca del campo de fútbol, saqué un polvoriento libro negro del bolsillo. La anciana se quedó muda de asombro. —¿De verdad es lo que creo que es? —preguntó, cogiéndolo. 432