LA LADRONA DE LIBROS La ladrona de libros | Page 396
Markus Zusak
La ladrona de libros
Sólo sobrevivió una persona.
Sobrevivió porque estaba en un sótano releyendo la historia de su vida en
busca de errores. Habían considerado que el habitáculo no estaba a suficiente
profundidad, pero esa noche, el 7 de octubre, bastó. Las ruinosas estructuras se
fueron desmoronando despacio y horas después, cuando el extraño y
desaliñado silencio se impuso en Molching, la LSE local oyó algo. Un eco. Por
allí abajo, en algún lugar, una niña golpeaba con furor un bote de pintura con
un lápiz.
Se detuvieron, aguzando el oído, y se pusieron a cavar en cuanto volvieron
a oír el sonido.
OBJETOS QUE PASAN
DE MANO EN MANO
Bloques de cemento y tejas. Un trozo de pared con un sol
chorreante pintado en él. Un acordeón de aspecto triste
asomando a través de la funda carcomida.
Lo apartaron todo.
Uno de ellos vio el cabello de la ladrona de libros al retirar un bloque de
pared desmoronada.
El hombre se puso a reír, complacido. Traía al mundo una recién nacida.
—Es increíble... ¡Está viva!
El júbilo se extendió a los hombres que iban acercándose mientras
anunciaban la buena nueva; sin embargo, no pude compartir enteramente su
entusiasmo.
Antes, había acogido a su padre en un brazo y a su madre en el otro. Tenían
el alma suave.
Habían amortajado sus cuerpos un poco más allá, como el de todos los
demás. Los preciosos ojos plateados de Hans habían empezado a oxidarse y los
labios acartonados de Rosa habían quedado medio abiertos, seguramente en un
ronquido inconcluso. Para blasfemar como los alemanes: Jesús, María y José.
Las manos tiraron de Liesel y le sacudieron los cascotes de la ropa.
—Jovencita, las sirenas avisaron demasiado tarde —le contaron—. ¿Qué
hacías en el sótano? ¿Cómo lo sabías?
No repararon en que la niña todavía llevaba el libro en las manos.
Respondió con un grito. El prodigioso grito de los vivos.
—¡Papá!
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