LA LADRONA DE LIBROS La ladrona de libros | Page 390
Markus Zusak
La ladrona de libros
arboleda. La siguiente fue Liesel —después de entregar los libros a una
notoriamente disconforme Rosa—, seguida de cuatro gatos y poco más, que
también salían en esos momentos de otros refugios.
—¡Rudy, espera!
Rudy no esperó.
De vez en cuando Liesel vislumbraba la caja de herramientas entre los
árboles a medida que Rudy iba abriéndose camino hacia el resplandor
agonizante y el brumoso avión, el cual descansaba humeante en el claro junto al
río, donde el piloto había intentado aterrizar.
Rudy se detuvo a unos veinte metros del aparato.
Cuando llegué, lo vi allí de pie, intentando recuperar el aliento.
Las ramas de los árboles se esparcían en la oscuridad.
Había arbustos y troncos por todas partes rodeando el avión, como si se
tratara de leña apilada para encender una hoguera. A uno de los lados se abrían
tres profundos cortes en el suelo. El desenfrenado tictac del metal enfriándose
aceleró el paso de los minutos y los segundos y les hizo pensar que llevaban
horas allí. Cada vez iba congregándose más gente detrás de ellos, cuyos alientos
y conversaciones se pegaban a la espalda de Liesel.
—Bueno, ¿echamos un vistazo? —propuso Rudy.
Dejó atrás el lindar de los árboles y se acercó al cuerpo del avión encajado
en el suelo. Tenía el morro en el agua y las alas se le habían torcido hacia atrás.
Rudy lo rodeó lentamente, empezando por la cola.
—Hay cristales —advirtió—. Hay trocitos de parabrisas por todas partes.
Entonces vio el cuerpo.
Rudy Steiner nunca había visto a nadie tan pálido.
—No vengas, Liesel.
Pero Liesel fue.
Vio el rostro apenas consciente del piloto enemigo, junto a los atentos
árboles y el caudaloso río. El avión dio sus últimas boqueadas y el piloto,
ladeando la cabeza, dijo algo que, obviamente, no entendieron.
—Jesús, María y José —balbució Rudy—. Está vivo.
La caja de herramientas golpeó un lado del avión y despertó un rumor de
voces y pasos humanos.
El resplandor del incendio se había extinguido y había quedado una
mañana serena y oscura. Lo único que todavía se resistía era el humo, pero
pronto se disiparía.
La muralla de árboles mantenía alejado el color de Munich en llamas. A
esas alturas, la visión del chico se había acostumbrado no sólo a la oscuridad,
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