LA LADRONA DE LIBROS La ladrona de libros | Page 391

Markus Zusak La ladrona de libros sino también al rostro del piloto. Sus ojos parecían manchas de café y unos tajos le cubrían las mejillas y la barbilla de renglones. Un uniforme arrugado descansaba, indisciplinado, sobre su pecho. A pesar de la advertencia de Rudy, Liesel se acercó aún más y te prometo que nos reconocimos en ese momento. Te conozco, pensé. Había un tren y un niño tosiendo. Había nieve y una niña destrozada por el dolor. Has crecido, pero te reconozco. Ni retrocedió ni me plantó cara, pero sé que algo le dijo a la joven que yo estaba allí. ¿Olió mi aliento? ¿Oyó mi malhadado latido circular, que da vueltas y más vueltas en mi sepulcral pecho? No lo sé, pero ella me reconoció, me miró a la cara y no apartó la vista. Cuando el cielo de carboncillo empezó a clarear, cada una siguió su camino. Nos quedamos mirando al chico que, revolviendo en la caja de herramientas, apartó unas fotografías enmarcadas y sacó un pequeño y amarillento peluche. Trepó con cuidado hasta el hombre agonizante. Dejó el sonriente oso de peluche sobre el hombro del piloto, con suavidad. La punta de la orejita le tocaba el cuello. El hombre agonizante lo olió. Habló. Dijo «Gracias» en inglés. Los renglones se separaron al abrir la boca y una gotita de sangre le rodó por el cuello. —¿Qué? —preguntó Rudy—. Was hast du gesagt? ¿Qué has dicho? Por desgracia, me adelanté a la respuesta. Había llegado el momento, y metí las manos en la cabina. Extraje despacio el alma del piloto del uniforme arrugado y lo rescaté del aparato estrellado. Los curiosos se entretuvieron con el silencio mientras me abría camino entre ellos, a empujones. Lo cierto es que durante los años que duró la hegemonía de Hitler, nadie logró servir al Führer con mayor lealtad que yo. El corazón de los humanos no es como el mío. El de los humanos es una línea, mientras que el mío es un círculo y poseo la infinita habilidad de estar en el lugar apropiado en el momento oportuno. La consecuencia es que siempre encuentro humanos en su mejor y en su peor momento. Veo su fealdad y su belleza y me pregunto cómo ambas pueden ser lo mismo. Sin embargo, tienen algo que les envidio: al menos los humanos tienen el buen juicio de morir. 391