LA LADRONA DE LIBROS La ladrona de libros | Page 350
Markus Zusak
La ladrona de libros
Los devoradores de pan
Había sido un largo y azaroso año para Molching, y por fin llegaba a su
término.
Liesel se pasó los últimos meses de 1942 obsesionada con los que ella
llamaba los tres hombres desesperados. Se preguntaba dónde estaban y qué
hacían.
Una tarde cogió el acordeón y le sacó brillo con un trapo. Antes de volver a
guardarlo, dio el paso que su madre no había sido capaz de dar, sólo una vez:
colocó el dedo en una de las teclas y apretó los fuelles con suavidad. Rosa había
acertado. Sólo logró que la habitación pareciera más vacía.
Siempre que veía a Rudy, le preguntaba por su padre. A veces el joven le
describía con todo detalle alguna de las cartas de Alex Steiner. En comparación,
la única carta que su padre les había enviado era, en cierto modo,
decepcionante.
Por descontado, el tema de Max era cuestión de su imaginación.
Con gran optimismo, lo veía caminando solo por una calle desierta. De vez
en cuando fantaseaba con que había hallado el camino de la salvación y que su
documento de identidad le había valido para embaucar a la persona adecuada.
Los tres hombres aparecían en cualquier parte.
En el colegio, veía a su padre por la ventana. Max solía sentarse con ella
junto al fuego. Alex Steiner llegaba cuando estaba con Rudy, les devolvía la
mirada cuando ellos soltaban las bicicletas en Münchenstrasse y miraban el
interior de la tienda a través del cristal.
—Mira esos trajes —le decía Rudy, con la cabeza y las manos pegadas al
cristal—. Qué desperdicio.
Por extraño que parezca, una de las distracciones preferidas de Liesel era
frau Holtzapfel. Ahora las sesiones de lectura también incluían los miércoles,
así que ya habían terminado la versión resumida por el agua de El hombre que
silbaba y habían empezado El repartidor de sueños. La anciana a veces preparaba
té o le ofrecía una sopa infinitamente mejor que la de su madre. Menos aguada.
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