LA LADRONA DE LIBROS La ladrona de libros | Page 348
Markus Zusak
La ladrona de libros
gris perla.
Hans no se dio cuenta hasta que lo dejó en una isleta de hierba cubierta de
cemento.
—¿Qué ocurre? —preguntó uno de sus compañeros.
Hans sólo pudo señalar.
—Ah, ya. —Una mano se lo llevó de allí—. Acostúmbrate, Hubermann.
Durante el resto del turno, se concentró en su trabajo. Intentó hacer caso
omiso de los lejanos ecos de gente llamando a otra gente.
Al cabo de un par de horas, salió corriendo de un edificio con el sargento y
dos hombres más. No miró el suelo y tropezó. Sólo cuando se medio incorporó,
vio a los demás observando el obstáculo con aflicción.
El cuerpo estaba boca abajo.
Estaba tendido sobre un manto de polvo y se tapaba los oídos.
Era un niño.
No tendría más de once o doce años.
Cerca de allí, mientras seguían con su trabajo a lo largo de la calle, se
toparon con una mujer que buscaba a alguien llamado Rudolf. Sus voces la
atrajeron y los encontró en medio de la bruma. Parecía muy frágil, estaba
encorvada por el peso de la angustia.
—¿Han visto a mi hijo?
—¿Qué edad tiene? —preguntó el sargento.
—Doce años.
Oh, Dios. Oh, Dios bendito.
Todos lo pensaron, pero el sargento no consiguió reunir suficiente valor
para decírselo o indicarle el lugar.
Boris Schipper la retuvo cuando intentó abrirse camino.
—Acabamos de venir de esa calle. Allí no lo encontrará —le aseguró.
La mujer encorvada siguió aferrándose a la esperanza y continuó
llamándolo, andando apresurada, casi corriendo.
—¡Rudy!
En ese momento, Hans Hubermann pensó en otro Rudy. En el de
Himmelstrasse. Por favor, le pidió a un cielo que no podía ver, que Rudy esté
bien. Sus pensamientos se desviaron de forma natural hacia Liesel, Rosa, los
Steiner y Max.
Hans se dejó caer al suelo y se tumbó de espaldas cuando se reunieron con
el resto de los hombres.
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