LA LADRONA DE LIBROS La ladrona de libros | Page 34
Markus Zusak
La ladrona de libros
A mediados de febrero, al cumplir diez años, a Liesel le regalaron una
muñeca vieja de pelo rubio a la que le faltaba una pierna.
—No hemos podido hacer más —se disculpó el padre.
—¿Qué estás diciendo? Ya puede darse con un canto en los dientes por
tener lo que tiene —lo reprendió Rosa.
Hans continuó observando la pierna que le quedaba a la muñeca mientras
Liesel se probaba el nuevo uniforme. Cumplir diez años era sinónimo de
Juventudes Hitlerianas. Las Juventudes Hitlerianas eran sinónimo de un
pequeño uniforme marrón. Al ser una chica, a Liesel la apuntaron a lo que
llamaban la BDM.
EXPLICACIÓN DE LAS SIGLAS
Bund Deutscher Müdchen,
Liga de Jóvenes Alemanas.
Lo primero que hacían allí era asegurarse de que dominaran el «heil Hitler»
a la perfección. Luego se las enseñaba a desfilar erguidas, aplicar vendajes y
zurcir. También las llevaban de excursión y hacían otro tipo de actividades. Los
miércoles y los sábados eran los días que se reunían, de tres a cinco de la tarde.
Todos los miércoles y los sábados, Hans la acompañaba a pie y volvía a
recogerla dos horas después. Nunca hablaban mucho de la asociación. Se
limitaban a cogerse de la mano y escuchar sus pisadas mientras papá se fumaba
un par de cigarrillos.
Lo único que la inquietaba de su padre era que salía mucho de casa.
Algunas noches entraba en el salón (que también hacía las veces de dormitorio
de los Hubermann), sacaba el acordeón del viejo armario y cruzaba la cocina
hasta la puerta de entrada.
Cuando ya había recorrido un trecho de Himmelstrasse, Rosa abría la
ventana.
—¡No vuelvas tarde a casa! —gritaba.
—No hables tan alto —respondía él, volviéndose.
—Saukerl! ¡Anda y que te zurzan! ¡Hablaré todo lo alto que me dé la gana!
El eco de los improperios lo seguía por la calle. Nunca miraba atrás o, al
menos, no lo hacía hasta que estaba seguro de que su mujer se había metido
dentro. Esas noches, al final de la calle, con la funda del acordeón en una mano,
se volvía justo frente a la tienda de frau Diller, que hacía esquina, y adivinaba la
figura que había sustituido a su mujer en la ventana. Entonces levantaba un
breve instante su alargada y espectral mano antes de dar media vuelta y echar a
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