LA LADRONA DE LIBROS La ladrona de libros | Page 338
Markus Zusak
La ladrona de libros
Rosa se pasó el cubo a la otra mano.
—Tienes suerte de ir a la guerra —lo amenazó, señalándolo con un dedo
que no se reprimió en agitar—. Sí no, te habría matado yo, ¿te ha quedado
claro?
Hans se secó un hilillo de agua que le caía por el cuello.
—¿Tenías que hacerlo?
—Sí, tenía que hacerlo. —Empezó a subir los escalones—. O te veo ahí
arriba en cinco minutos o te tiro otro cubo de agua.
Liesel se quedó en el sótano con su padre y se entretuvo enjugando el agua
con unas sábanas.
Hans habló. La cogió por el brazo con la mano húmeda.
—¿Liesel? —Pegó su rostro al de la niña—. ¿Crees que está vivo?
Liesel se sentó.
Cruzó las piernas.
La sábana empapada le mojó la rodilla.
—Espero que sí, papá.
Creyó haber dicho una estupidez, una obviedad, pero tampoco tenía otra
alternativa.
Para decir algo significativo —y dejar de pensar en Max unos momentos—,
se agachó y metió un dedo en un pequeño charco de agua que se había formado
en el suelo.
—Guten Morgen, papá.
Hans le guiñó el ojo en respuesta.
No obstante, no era el guiño de siempre. Este resultó más pesado, más
torpe. La versión post-Max, la versión resacosa. Hans se enderezó y le contó lo
del acordeón de la noche anterior, y lo de frau Holtzapfel.
LA COCINA: UNA DEL MEDIODÍA
Dos horas para la despedida: «No vayas, papá, por favor». Le
tiembla la mano que sostiene la cuchara. «Primero perdimos a
Max. No puedo perderte a ti también.» En respuesta, el
hombre resacoso hinca el codo en la mesa y se tapa un ojo.
«Ya casi eres toda una mujer, Liesel. —Desearía derrumbarse,
pero lucha para que eso no suceda—. Cuida de mamá, ¿de
acuerdo?» La joven responde con un gesto de la cabeza que
queda interrumpido. «Sí, papá.»
Dejó atrás Himmelstrasse arrastrando el traje y la resaca.
Alex Steiner no debía partir hasta cuatro días después. Una hora antes de
que Hans saliera para la estación, fue a su casa y le deseó suerte. Había ido la
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