LA LADRONA DE LIBROS La ladrona de libros | Page 337

Markus Zusak La ladrona de libros —Ya sabe lo que puede hacer con sus gracias, imbécil. —¿Cómo dice? —Que se vaya a casa. —Gracias, frau Holtzapfel. —¿No le acabo de decir lo que puede hacer con sus gracias? —¿Ah, sí? Hans llegó a casa al cabo de un buen rato, pero no se fue a la cama, sino al dormitorio de Liesel. Se quedó en la puerta, tambaleante, mirando cómo dormía. Liesel se despertó y lo primero que pensó fue que era Max. —¿Eres tú? —preguntó. —No —contestó Hans. Sabía muy bien a quién se refería Liesel—. Soy papá. Salió de la habitación y Liesel oyó los pasos hacia el sótano. En el comedor, Rosa roncaba a pleno pulmón. Cerca de las nueve de la mañana, en la cocina, Rosa le dio una orden a Liesel. —Pásame ese cubo de ahí. Lo llenó de agua fría y lo bajó al sótano. Liesel la siguió tratando de detenerla, sin éxito. —¡Mamá, no! —¿Que no? —Se detuvo un momento en la escalera y se volvió hacia ella—. ¿Me he perdido algo, Saumensch? ¿Ahora eres tú la que da aquí las órdenes? Ninguna se movió. La chica no respondió. Lo hizo Rosa. —Creo que no. Siguieron bajando y lo encontraron boca arriba, tumbado en un arrebujo de sábanas. Hans no se creía merecedor del colchón de Max. —Comprobemos si está vivo. Rosa levantó el cubo. —¡Jesús, María y José! La marca del agua trazó una figura de la mitad del pecho hasta a la cabeza. Tenía el pelo pegado a un lado de la cara y le chorreaban hasta las pesta