LA LADRONA DE LIBROS La ladrona de libros | Page 336
Markus Zusak
La ladrona de libros
La mujer del hombre de palabra
EL SÓTANO, NUEVE DE
LA MAÑANA
Seis horas para la despedida: «Toqué el acordeón, Liesel, el de
otra persona. —Hans cierra los ojos—. Fue
un éxito.»
Sin contar la copa de champán del verano pasado, Hans Hubermann no
había probado una gota de alcohol desde hacía años. Hasta la noche anterior a
su partida hacia el ejército.
Por la tarde se fue al Knoller con Alex Steiner y no volvieron hasta bien
entrada la noche. Haciendo caso omiso de las recomendaciones de sus mujeres,
ambos bebieron hasta casi perder el conocimiento. No ayudó mucho que el
dueño del Knoller, Dieter Westheimer, les sirviera copas gratis.
Por lo visto, invitaron a Hans, cuando todavía estaba sobrio, a tocar el
acordeón en el escenario. Tocó una canción muy apropiada para la ocasión, el
«Domingo sombrío», de triste fama —un himno húngaro al suicidio—, y a
pesar de que despertó el llanto por el que era célebre esa música, fue un éxito.
Liesel imaginó la escena y las notas. Bocas llenas y jarras de cerveza vacías
veteadas de espuma. Los fuelles del acordeón suspiraron y la canción acabó. La
gente aplaudió. Lo felicitaron de camino a la barra, con la boca llena de cerveza.
Después de lograr encontrar el camino a casa, Hans no fue capaz de meter
la llave en la cerradura, así que llamó a la puerta. Varias veces.
—¡Rosa!
A la puerta equivocada.
Frau Holtzapfel no pareció muy contenta.
—Schwein! Se ha equivocado de casa —le espetó a través del ojo de la
cerradura—. Es la otra puerta, estúpido Saukerl.
—Gracias, frau Holtzapfel.
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