LA LADRONA DE LIBROS La ladrona de libros | Page 29
Markus Zusak
La ladrona de libros
primero de la fila. Simplemente estaba allí. Pasaba inadvertido, no tenía
importancia ni valor.
Lo decepcionante de esa apariencia, como te imaginarás, era que, por así
decirlo, inducía a un completo error. Si había algo que no podía ponerse en
duda, era su valía, algo que a Liesel Meminger no se le pasó por alto. (Los
niños... A veces son mucho más astutos que los atontados y pesados adultos.)
Liesel lo vio de inmediato.
En su actitud.
En el aire reposado que lo envolvía.
Esa noche, cuando encendió la luz del diminuto y frío lavabo, Liesel se fijó
en los asombrosos ojos de su nuevo padre. Estaban hechos de bondad... y de
plata, de plata líquida, esponjosa. Al ver esos ojos Liesel comprendió que Hans
Hubermann valía mucho.
ALGUNOS DATOS SOBRE
ROSA HUBERMANN
Medía un metro cincuenta y cinco, y llevaba su liso pelo
castaño grisáceo recogido en un moño.
Para complementar los ingresos de los Hubermann, hacía la
colada y planchaba para cinco de las casas más acomodadas de
Molching,
Cocinaba de pena.
Poseía una habilidad única para irritar a casi todos sus
conocidos.
Pero quería a Liesel Meminger.
Sólo que su forma de demostrarlo era un tanto extraña.
Entre otras cosas, a menudo la agredía verbalmente y
físicamente con una cuchara de madera.
Cuando Liesel por fin se bañó —después de dos semanas en
Himmelstrasse— Rosa le dio un abrazo enorme, de los que te envían al hospital.
—Saumensch, du dreckiges, ¡ya era hora! —la felicitó, a punto de asfixiarla.
Al cabo de unos meses dejaron de ser el señor y la señora Hubermann.
—Escúchame bien, Liesel, de ahora en adelante me llamarás mamá —
espetó Rosa, con su típico tono. Se quedó pensativa un instante—. ¿Cómo
llamabas a tu madre?
—Auch Mama, también mamá —contestó Liesel en voz baja.
—Bueno, pues entonces yo seré la mamá número dos. —Miró a su
marido—. Y a ese de ahí —daba la impresión de que tenía las palabras en la
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