LA LADRONA DE LIBROS La ladrona de libros | Page 265
Markus Zusak
La ladrona de libros
—Hoy me toca a mí —dijo, con los dedos congelados en el manillar.
Liesel fue rápida.
—Tal vez no sea buena idea, Rudy. El personal de la casa corre por todas
partes. Y está oscuro. Seguro que un idiota como tú acaba en el suelo después
de tropezar con algo.
—Muchas gracias.
Era muy difícil contener a Rudy cuando estaba de este humor.
—Y también está el salto. Está a más altura de lo que crees.
—¿Estás diciendo que no me crees capaz?
Liesel se puso en pie sobre los pedales.
—En absoluto.
Cruzaron el puente y subieron por el serpenteante sendero de la colina que
conducía a Grandestrasse. La ventana estaba abierta.
Inspeccionaron los alrededores de la casa, igual que la otra vez, y creyeron
vislumbrar algo abajo, donde había luz, en lo que probablemente fuera la
cocina. Una sombra iba de aquí para allá.
—Daremos unas vueltas a la casa —propuso Rudy—. Qué suerte que
hayamos traído las bicicletas, ¿eh?
—No te la olvides cuando volvamos.
—Muy graciosa, Saumensch. Se ve un poco más que tus apestosos zapatos.
Estuvieron dando vueltas unos quince minutos, pero la mujer del alcalde
seguía abajo, demasiado cerca para sentirse tranquilos. ¡Cómo se atrevía a
custodiar la cocina con tanta diligencia! Rudy no tenía la menor duda de que la
cocina era el objetivo. De ser por él, entraría, robaría toda la comida que pudiera
y, si le sobraba tiempo (sólo si le sobraba), por el camino se metería un libro en
los bolsillos. Uno cualquiera.
No obstante, el punto débil de Rudy era la impaciencia.
—Se hace tarde —protestó, y empezó a alejarse con la bicicleta—. ¿Vienes?
Liesel se hacía la remolona, pero cualquier otra opción era impensable.
Había tirado de esa bicicleta oxidada hasta allí arriba y no iba a irse sin un libro.
Apoyó el manillar en la cuneta, comprobó que no hubiera vecinos a la vista y se
acercó a la ventana. Sin prisa, pero sin pausa. Se quitó los zapatos ayudándose
de los dedos de los pies.
Se agarró con fuerza a la madera y se coló de un salto.
Esta vez se sentía más segura, aunque sólo un poco. En cuestión de
segundos había recorrido la habitación en busca de un título que le llamara la
atención y a punto estuvo de alargar la mano en tres o cuatro ocasiones, incluso
se planteó llevarse más de uno, pero tampoco quería abusar de lo que se había
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