LA LADRONA DE LIBROS La ladrona de libros | Page 264

Markus Zusak La ladrona de libros Aire fresco, una vieja pesadilla y qué hacer con un cadáver judío Estaban junto al Amper y Liesel le acababa de contar a Rudy que quería conseguir otro libro de la biblioteca del alcalde. En lugar de El hombre que silbaba, había leído El vigilante varias veces junto a la cama de Max. Una lectura breve. También lo había probado con El hombre que se encogía de hombros y el Manual del sepulturero, pero ninguno de los dos había acabado de convencerla. Quería algo nuevo. —Pero ¿ya te has acabado el último? —Pues claro. Rudy lanzó una piedra al agua. —¿Estaba bien? —Pues claro. —Pues claro, pues claro. Intentaba arrancar otra piedra del suelo, pero se hizo un corte. —Te está bien empleado. —Saumensch. Cuando la última palabra de alguien era Saumensch, Saukerl o Arschloch, quería decir que le habías ganado. Por lo que a robar se refiere, se daban las condiciones óptimas. Era una sombría tarde de principios de marzo y el termómetro marcaba muy pocos grados, una temperatura mucho más desagradable que cuando te encuentras ya a diez bajo cero. Apenas se veía gente en la calle y las gotas de lluvia parecían virutas de un lápiz gris. —¿Vamos? —Bicicletas —contestó Rudy—. Coge una de las nuestras. Esta vez Rudy se mostró bastante más entusiasta a la hora de ofrecerse a entrar. 264