LA LADRONA DE LIBROS La ladrona de libros | Page 247

Markus Zusak La ladrona de libros —Esto es entre tú y yo —intentó razonar Rudy—. Ella no tiene nada que ver. Venga, devuélveselo. —El hombre que silbaba. —Se dirigió a Liesel—. ¿Es bueno? Liesel se aclaró la garganta. —No está mal. Por desgracia, se delató. Fueron los ojos. Revoloteaban inquietos. Liesel se dio cuenta del momento justo en que Viktor Chemmel descubrió que el libro era una posesión valiosa. —¿Sabes qué?, cincuenta marcos y es tuyo —propuso Viktor. —¡Cincuenta marcos! —exclamó Andy Schmeikl—. Vamos, Viktor, con cincuenta marcos podrías comprarte mil libros. —¿Te he pedido que hables? Andy cerró el pico. Como si llevara una bisagra. Liesel intentó poner cara de póquer. —Pues ya puedes quedártelo. Ya lo he leído. —¿Cómo acaba? ¡Maldita sea! No había llegado hasta ahí. Vaciló y Viktor Chemmel lo adivinó al instante. Rudy intervino enseguida. —Vamos, Viktor, no le hagas esto. Me buscas a mí. Haré lo que quieras. El joven se limitó a apartarlo a un lado, con el libro en alto. Y lo corrigió. —No, soy yo el que va a hacer lo que quiera —dijo, dirigiéndose al río. Todo el mundo fue tras él, intentando seguir su paso. Medio corriendo, medio caminando. Algunos protestaron. Otros lo animaron. Todo fue muy rápido, y simple. Se formuló una pregunta en tono burlón y amistoso. —Dime, ¿quién fue el último campeón olímpico de lanzamiento de disco en Berlín? —preguntó Víctor. Se volvió hacia ellos, calentando el brazo—. ¿Quién fue? Mecachis, lo tengo en la punta de la lengua. Fue un americano, ¿verdad? Carpenter o algo así... —¡Por favor! —dijo Rudy. El agua borboteaba. Viktor Chemmel dio una vuelta sobre sí mismo. El libro salió disparado de su mano. Se abrió, aleteó, las páginas se estremecieron ganándole terreno al aire. Se detuvo con mayor brusquedad de la esperada, y dio la impresión de que el agua lo succionaba. Golpeó la superficie de un planchazo y empezó a flotar corriente abajo. 247