LA LADRONA DE LIBROS La ladrona de libros | Page 232

Markus Zusak La ladrona de libros —Acaban de abonar el campo de las Juventudes Hitlerianas. —Volvió a echarle un vistazo indignado y enojado a la camisa—. Creo que es estiércol de vaca. —El tipo ese como se llame, Deutscher, ¿sabía que estaba abonado? —Dice que no. Pero sonreía. —Jesús, María y... —¡Quieres dejar de decir eso! Lo que Rudy necesitaba en esos momentos era una victoria. Había salido malparado en sus tratos con Viktor Chemmel, había afrontado un problema detrás de otro en las Juventudes Hitlerianas. Todo lo que quería era una pequeña victoria de nada, y estaba decidido a conseguirla. Siguió caminando hasta su casa, pero cuando llegó a los escalones de cemento, cambió de opinión y volvió junto a la chica, despacio, pero decidido. —¿Sabes qué me animaría? —preguntó, cauteloso, en un susurro. «Tierra, trágame», pensó Liesel. —Si crees que voy a... En este estado... Rudy pareció defraudado. —No, no es eso. —Suspiró y se acercó un poco más—. Es otra cosa. —Se lo pensó un momento y levantó la cabeza, apenas unos centímetros—. Mírame: estoy sucio, apesto a caca de vaca o a mierda de perro o a lo que quieras y, como siempre, tengo un hambre que me muero. —Hizo una pausa—. Necesito ganar en algo, Liesel, de verdad. Liesel lo comprendía. Si no hubiera sido por el olor, se habría acercado más a él. Robar. Tenían que robar algo. No. Tenían que robar algo de nuevo. No importaba el qué, sólo tenía que ser pronto. —Esta vez sólo tú y yo —propuso Rudy—, nada de Chemmels ni Schmeikls. Sólo tú y yo. Era superior a ella. Empezó a sentir un hormigueo en las manos, el pulso se le disparó y sus labios sonrieron, todo a la vez. —Tiene buena pinta. —Entonces está decidido. —Y, aunque intentó no hacerlo, Rudy no pudo evitar la sonrisa abonada que se esbozaba en su rostro—. ¿Mañana? Liesel asintió con la cabeza. —Mañana. 232