LA LADRONA DE LIBROS La ladrona de libros | Page 231

Markus Zusak La ladrona de libros El hombre que silbaba y los zapatos Todo siguió el patrón acostumbrado hasta el final del verano y bien entrado el otoño. Rudy intentaba sobrevivir como podía en las Juventudes Hitlerianas, Max hacía flexiones y abdominales y Liesel buscaba periódicos y escribía palabras en la pared del sótano. No está de más mencionar que todo patrón tiene siempre alguna brecha y que un día este acaba dando un vuelco o pasa página. En nuestro caso, el factor determinante fue Rudy. O, al menos, Rudy y un campo de deporte recién abonado. A finales de octubre todo parecía normal. Un chico sucio caminaba por Himmelstrasse. Su familia esperaba que llegara de un momento a otro y que les mintiera diciendo que a todos los chicos de las Juventudes Hitlerianas les habían obligado a hacer instrucción adicional en el campo. Sus padres incluso esperaban algunas risas. Sin embargo, esta vez no las habría. Ese día, Rudy se había quedado sin risas y sin mentiras. Ese miércoles, cuando Liesel lo vio más de cerca, se fijó en que Rudy Steiner iba descamisado. Y en que estaba furioso. —¿Qué ha pasado? —le preguntó, al verlo pasar por su lado como alma en pena. Él se volvió y le tendió la camisa. —Huélela —dijo. —¿Qué? —¿Estás sorda? Que la huelas. A regañadientes, Liesel se inclinó y le llegó una repugnante ráfaga de la prenda parda. —¡Jesús, María y José! ¿Es...? El chico asintió con la cabeza. —También tengo en la barbilla. ¡En la barbilla! ¡Menos mal que no me la he tragado! —Jesús, María y José. 231