LA LADRONA DE LIBROS La ladrona de libros | Page 224
Markus Zusak
La ladrona de libros
—Quiero oírlo.
—Pues claro —contestó Rudy, antes de que le diera un empujón, tirándole
del flequillo.
—¿Y tú?
—Por supuesto.
Liesel fue lo bastante rápida para evitar el mismo trato. Viktor sonrió.
Aplastó el cigarrillo, tomó aire y se rascó el pecho.
—Caballeros, golfa, parece que es hora de ir de compras.
El grupo emprendió la marcha y Rudy y Liesel, como siempre lo habían
hecho en el pasado, cerraban la comparsa.
—¿Te gusta? —susurró Rudy.
—¿Y a ti?
Rudy se lo pensó un momento.
—Creo que es un cabrón de mucho cuidado.
—Yo también.
El grupo se estaba alejando.
—Vamos, nos estamos quedando atrás —dijo Rudy.
A unos kilómetros de allí, llegaron a la primera granja. Lo que les esperaba
fue toda una sorpresa. Los árboles que habían imaginado cargados de fruta
parecían débiles y enfermos, sólo tenían unas cuantas manzanas que colgaban
apáticas de las ramas. En la granja siguiente pasaba lo mismo. Tal vez había
sido una mala temporada, o ellos no habían calculado bien el momento
adecuado.
Al final de esa tarde, durante el reparto del botín, Liesel y Rudy recibieron
una pequeña manzana para los dos. Justo es decir que la recaudación había sido
paupérrima, pero Viktor Chemmel también había aplicado la ley del embudo.
—¿Qué es esto? —preguntó Rudy, con la manzana en la mano.
Viktor ni siquiera se volvió.
—¿A ti qué te parece? —le lanzó las palabras por encima del hombro.
—¿Una asquerosa manzana?
—Ten. —También les lanzó una medio empezada, que cayó con el lado
mordido de cara al suelo—. También puedes quedarte esa.
Rudy estaba indignado.
—A la mierda. No hemos caminado quince kilómetros por una miserable
manzana y media, ¿verdad, Liesel?
Liesel no contestó.
No tuvo tiempo, Viktor Chemmel estaba encima de Rudy antes de que ella
pudiera decir ni una palabra. Le sujetaba los brazos con las rodillas y tenía las
manos alrededor del cuello de Rudy. No fue otro sino Andy Schmeikl quien
recogió las manzanas a petición de Viktor.
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