LA LADRONA DE LIBROS La ladrona de libros | Page 172
Markus Zusak
La ladrona de libros
pasada les dije que estabas enferma, pero tenemos que comportarnos como lo
hemos hecho hasta ahora.
Ahí radicaba el problema.
La vida había dado un giro de ciento ochenta grados y, sin embargo, era
esencial que actuaran como si nada hubiera ocurrido.
Imagínate que tienes que sonreír después de recibir un bofetón. Y luego
imagínate que tienes que hacerlo las veinticuatro horas del día.
En eso consistía ocultar a un judío.
A medida que los días fueron convirtiéndose en semanas, empezó a
respirarse, aunque sólo fuera eso, una resignada aceptación de lo que había
sucedido hasta el momento: las consecuencias de la guerra, un hombre de
palabra y un acordeón. Además, en el espacio de poco más de medio año, los
Hubermann habían perdido un hijo y habían ganado un sustituto que
arrastraba un peligro de proporciones épicas.
Lo que más sorprendía a Liesel era el cambio experimentado en su madre.
Ya fuera por el modo en que calculaba y dividía las raciones o por lo que debía
de costarle amordazar su afilada lengua, incluso por la lisura de su expresión
acartonada, una cosa quedaba clara.
UNA VIRTUD DE
ROSA HUBERMANN
Era una mujer de gran valor en momentos difíciles.
Incluso cuando la artrítica Helena Schmidt dejó de contar con sus servicios
de colada y plancha un mes después de la llegada de Max a Himmelstrasse, ella
se limitó a sentarse a la mesa y a acercarle el plato.
—Esta noche la sopa me ha salido buena.
La sopa sabía a rayos.
Siempre que Liesel se iba al colegio por las mañanas, o en los días que se
aventuraba a salir a jugar al fútbol o a acabar la ronda de la colada, Rosa le
decía en voz baja:
—Y, Liesel, recuerda... —Se llevaba un dedo a los labios y eso era todo.
Cuando Liesel asentía, añadía—: Buena chica, Saumensch, ahora, en marcha.
Fiel a la palabra que le había dado a su padre, y ahora además a la dada a
su madre, era una buena chica. Mantenía la boca cerrada allí donde iba. Llevaba
el secreto enterrado muy adentro.
Como siempre, seguía paseándose por la ciudad con Rudy, oyéndole
charlar. A veces cambiaban impresiones sobre las divisiones de las Juventudes
Hitlerianas a las que pertenecían, y Rudy le habló por primera vez de un joven
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