LA LADRONA DE LIBROS La ladrona de libros | Page 147

Markus Zusak La ladrona de libros empezó a perder su clientela. Los presupuestos parecían desvanecerse a marchas forzadas en un ambiente cada vez más nazi. Se acercó a uno de sus más fieles clientes, Herbert Bollinger —un hombre de cintura hemisférica, que hablaba Hochdeutsch (era de Hamburgo)—, cuando lo vio en Münchenstrasse. De buenas a primeras, el hombre bajó la vista, salvando su contorno, pero cuando volvió a mirar al pintor comprobó que la pregunta lo había incomodado. La aclaración era innecesaria, pero aun así Hans la exigió. —¿Qué ocurre, Herbert? Estoy perdiendo clientes de la noche a la mañana. Bollinger por fin se soltó. —En fin, Hans, ¿eres uno de sus miembros? —le contestó con otra pregunta, enderezándose. —¿Miembro de qué? Sin embargo, Hans Hubermann sabía perfectamente de qué hablaba el hombre. —Vamos, Hansi —insistió Bollinger—, no me obligues a decirlo. El desgarbado pintor se despidió y siguió su camino. A medida que pasaban los años, los judíos eran objeto de azarosas persecuciones por todo el país, y en la primavera de 1937, casi para su vergüenza, Hans Hubermann claudicó. Se informó y solicitó la entrada en el partido. Tras entregar la instancia en la sede de Münchenstrasse, vio que cuatro hombres arrojaban ladrillos contra una tienda de confecciones llamada Kleinmann's. Era una de las pocas tiendas judías que todavía seguían abiertas en Molching. En el interior, un hombre bajo tartamudeaba caminando arriba y abajo, pisando los cristales rotos mientras limpiaba. En la puerta habían pintado una estrella de color mostaza. Los bordes de la descuidada letra con que habían escrito BASURA JUDÍA goteaban. El trajín del interior fue disminuyendo hasta volverse taciturno y acabar deteniéndose del todo. Hans se acercó un poco más y asomó la cabeza. —¿Necesita ayuda? El señor Kleinmann levantó la vista. Tenía un aire impotente y en las manos llevaba una escoba. —No, Hans. Por favor, váyase. El año anterior Hans había pintado la casa de Joel Kleinmann. Recordaba a sus tres hijos y sus caras, pero no los nombres. —Mañana vendré y le repintaré la puerta