LA LADRONA DE LIBROS La ladrona de libros | Page 146
Markus Zusak
La ladrona de libros
—Este es Max —lo presentó la mujer, aunque el niño era demasiado
pequeño y tímido para decir nada.
Era flacucho, tenía el pelo muy suave, y sus espesos y turbios ojos lo
observaron atento mientras Hans interpretaba una nueva canción en la cargada
estancia. El niño siguió mirando a ambos mientras el hombre tocaba y la mujer
lloraba. Las notas controlaban sus lágrimas. Cuánta desolación.
Hans se fue.
—Nunca me lo dijiste —le recriminó a un Erik Vandenburg muerto y al
horizonte de Stuttgart—. Nunca me dijiste que tuvieras un hijo.
Tras la breve y atribulada escala, Hans regresó a Munich suponiendo que
nunca más volvería a saber nada de esa gente. Lo que ignoraba era que iban a
necesitar su ayuda más de lo que creía, aunque no sería ni para pintar ni antes
de que hubieran transcurrido veinte años.
Pasaron varias semanas antes de que se pusiera a pintar. Durante los meses
de buen tiempo, trabajaba con ahínco, incluso en invierno. Solía decirle a Rosa
que tal vez el dinero no les lloviera del cielo, pero al menos chispeaba de vez en
cuando.
Todo fue bien durante más de una década.
Nacieron Hans hijo y Trudy. Crecieron visitando a su padre en el trabajo,
pintando las paredes a manotazos y limpiando los pinceles.
Sin embargo, cuando Hitler subió al poder en 1933, el negocio de la pintura
sufrió un ligero contratiempo. Hans no se había unido al NSDAP como la
mayoría de la gente. Había meditado mucho su decisión.
LAS REFLEXIONES
DE HANS HUBERMANN
No era culto y no le interesaba la política, pero era un hombre
que valoraba la justicia. Un judío le había salvado la vida y no
iba a olvidarlo. No podía afiliarse a un partido que alentara el
antagonismo entre la gente de esa manera. Además, igual que
Alex Steiner, algunos de sus clientes más fieles eran judíos. Al
igual que muchos judíos, Hans creyó que ese sentimiento de
odio no duraría mucho, por lo que no seguir a Hitler fue una
decisión consciente. En muchos aspectos, también fue
desastrosa.
En cuanto empezaron las persecuciones, el trabajo de Hans fue
disminuyendo poco a poco. Al principio no lo notó demasiado, pero pronto
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