LA LADRONA DE LIBROS La ladrona de libros | Page 136
Markus Zusak
La ladrona de libros
Todavía sentían el retemblor de unos pies en polvorosa cuando otra mano
cogió el alambre y desenganchó los pantalones de Rudy Steiner.
Un trozo de tela quedó prendido en el nudo metálico, pero el chico pudo
escapar.
—Moved el culo —les recomendó Arthur no mucho antes de que llegara el
jadeante granjero, soltando improperios.
El hombre gritó las fútiles palabras de los que han sido robados, con el
hacha apoyada contra su pierna.
—¡Haré que os detengan! ¡Daré con vosotros! ¡Descubriré quiénes sois!
—¡Pregunte por Owens! —contestó Arthur Berg. Se alejó sin perder tiempo
y alcanzó a Liesel y Rudy—. ¡Jesse Owens!
Una vez en puerto seguro, luchando por recuperar el aliento, se sentaron y
Arthur Berg se acercó. Rudy no se atrevió a mirarlo.
—Nos ha pasado a todos —lo tranquilizó Arthur, percibiendo la
frustración.
¿Mintió? Ni lo supieron entonces ni lo sabrían jamás.
Semanas después, Arthur Berg se trasladó a Colonia.
Sólo lo vieron una vez más, en una de las rondas de entrega de la colada de
Liesel, en un callejón que daba a Münchenstrasse, cuando le tendió a la niña
una bolsa de papel marrón que contenía una docena de castañas. El chico
esbozó una sonrisita.
—Un contacto en la industria del tueste. —Después de informarlos de su
partida, les brindó una última y granuja sonrisa y les dio una palmadita en la
frente—. No os las vayáis a comer todas de una sentada.
No volvieron a ver a Arthur Berg nunca más.
En cuanto a mí, te aseguro que lo vi, sin miedo a equivocarme.
PEQUEÑO HOMENAJE A
ARTHUR BERG, UN HOMBRE QUE AÚN VIVE
El cielo de Colonia era amarillo y se descomponía, tenía los
bordes descamados.
Estaba sentado, apoyado contra una pared, con una criatura
en los brazos. Su hermana.
Cuando la niña dejó de respirar, se quedó con ella y supe que
la abrazaría durante horas.
Llevaba dos manzanas robadas en el bolsillo.
Esta vez fueron más listos. Comieron una cada uno y fueron vendiendo las
demás de puerta en puerta.
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