LA LADRONA DE LIBROS La ladrona de libros | Page 135
Markus Zusak
La ladrona de libros
—No me lo recuerdes.
No obstante, Rudy Steiner no pudo disimular una sonrisa. Al cabo de los
años acabaría repartiendo pan, no robándolo, una prueba más de lo
contradictorio que es el ser humano. Una pizca de bondad, una pizca de
maldad y sólo falta añadirle agua.
Cinco días después del agridulce botín, Arthur Berg apareció de nuevo y
los invitó a su siguiente proyecto delictivo. Tropezaron con él un miércoles, en
Münchenstrasse, volviendo del colegio. Llevaba el uniforme de las Juventudes
Hitlerianas.
—Iremos mañana por la tarde. ¿Os interesa?
No pudieron resistirse.
—¿Adónde?
—A por patatas.
Veinticuatro horas después, Liesel y Rudy volvieron a enfrentarse a la valla
y llenaron el saco.
El problema surgió cuando se disponían a huir.
—¡Carajo! —exclamó Arthur—. ¡El granjero!
Sin embargo, los asustó la palabra que dijo a continuación. La pronunció
como si lo hubieran atacado con ella. Su boca se abrió de un rasgón y la palabra
fluyó. «Hacha.»
En efecto, cuando se volvieron, el granjero corría hacia ellos con el arma en
alto.
Todo el grupo echó a correr hacia la valla y la saltó. Rudy, el más rezagado
de todos, los alcanzó enseguida, pero seguía el último. Al levantar la pierna, se
quedó enganchado.
—¡Eh!
El grito de auxilio del animal varado.
El grupo se detuvo.
Guiada por el instinto, Liesel volvió corriendo.
—¡Date prisa! —la conminó Arthur.
Oyó su voz a lo lejos, como si se la hubiera tragado antes de dejarla salir.
Cielo blanco.
Los demás siguieron corriendo.
Liesel regresó junto a Rudy y empezó a tirar de la tela de los pantalones. El
miedo se reflejaba en los ojos desorbitados del chico. —Rápido, que viene —la
azuzó.
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