LA LADRONA DE LIBROS La ladrona de libros | Page 13
Markus Zusak
La ladrona de libros
Cuando empezó a llegar la gente, todo había cambiado, por supuesto. El
horizonte empezaba a dibujarse al carboncillo. Apenas quedaba un suspiro de
la oscuridad de antes, que se difuminaba con rapidez.
Ahora el hombre tenía un color hueso. La piel parecía un esqueleto. Un
uniforme arrugado. Tenía los ojos castaños, la mirada fría —como dos manchas
de café—, y el último trazo de negro dibujó una forma extraña y a la vez
familiar: una firma.
La gente hizo lo que suele hacer.
A medida que me abría paso entre la multitud veía a todo el mundo
jugueteando con el silencio imperante: un pequeño revoltijo de gestos
descoordinados y frases apagadas mientras daban una tímida y callada media
vuelta.
Cuando volví la vista atrás hacia el avión, el piloto, boquiabierto, parecía
sonreír.
Un último chiste morboso.
Otro remate final típico de los humanos.
Permaneció amortajado en su uniforme mientras la luz grisácea desafiaba
al cielo. Al igual que en otras ocasiones, cuando empecé a alejarme, me pareció
ver una sombra fugaz, los últimos momentos de un eclipse: la constatación de la
partida de una nueva alma.
¿Sabes?, durante un breve instante, a pesar de todos los colores que se
cruzan y se enfrentan con lo que veo en este mundo, suelo atisbar un eclipse
cuando muere un humano.
He visto millones.
He visto más eclipses de los que quisiera recordar.
13