LA LADRONA DE LIBROS La ladrona de libros | Page 14
Markus Zusak
La ladrona de libros
La bandera
La última ocasión en que la vi todo era rojo. El cielo parecía un caldo
hirviendo, en plena agitación, un poco requemado. Algunos tropezones negros
y salpicaduras de pimienta flotaban sobre el rojo.
Un poco antes, unas niñas habían estado jugando allí a la rayuela, en esa
calle que parecía una página con manchas de aceite. Cuando llegué, todavía se
oía el eco de sus voces. Los pies repicando contra la calzada, las carcajadas
infantiles y las sonrisas de sal. Aunque se desvanecían a gran velocidad.
Luego, las bombas.
Esta vez, todo llegó tarde.
Las sirenas. Los gritos alborotados de la radio. Todo demasiado tarde.
En cuestión de pocos minutos, había montañas de cemento y tierra por
todas partes. Las calles se abrieron como venas reventadas. La sangre corrió
hasta que se secó en el suelo, donde quedaron pegados los cuerpos inmóviles,
como los escombros tras una inundación.
Pegados al suelo hasta el último de ellos. Un mar de almas.
¿Fue el destino?
¿La mala suerte?
¿Eso los dejó pegados al suelo?
Por supuesto que no.
No seamos estúpidos.
Seguramente las bombas, arrojadas por humanos escondidos entre las
nubes, tuvieron algo que ver.
Sí, el cielo era de un rojo abrumador, ardiente. La pequeña ciudad alemana
había quedado dividida en dos otra vez. Los copos de ceniza caían con tal
encanto que uno se sentía tentado de atraparlos con la lengua y saborearlos.
Pero te habrían quemado los labios y escaldado la boca.
Lo recuerdo con toda claridad.
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