LA LADRONA DE LIBROS La ladrona de libros | Page 122

Markus Zusak La ladrona de libros todavía temía tenerla cerca, por lo que en los partidos de fútbol de Himmelstrasse se mantenía a una distancia más que prudencial. —Uno nunca sabe cuándo puede atacar —le confió a Rudy, mezclando tics y palabras. En defensa de Liesel he de admitir que ella jamás cejó en su empeño de tranquilizarlo. Le reconcomía haber hecho las paces con Ludwig Schmeikl y no con el inocente Tommy Müller, que seguía encogiéndose ligeramente cada vez que la veía. «¿Cómo iba a saber yo que ese día me sonreías a mí?», no hacía más que preguntarle ella. Incluso lo sustituyó en la portería cuando le tocaba a él, hasta que el resto del equipo le suplicó a Tommy que volviera. —¡Vuelve a la portería y no te muevas de ahí! —le ordenó al final un niño llamado Harald Mollenhauer—. Eres un inútil. Esto sucedió después de que Tommy lo tirara al suelo estando Mollenhauer a punto de marcar. De no ser porque pertenecían al mismo equipo, habría supuesto un penalti a su favor. Liesel salió de la portería y, sin saber cómo, siempre acababa marcando a Rudy. Se hacían duras entradas y se ponían la zancadilla sin dejar de insultarse. Rudy comentaba: «Y la pobre Saumensch Arschgrobbler se queda con las ganas de regatear. No tiene ni la más mínima posibilidad». Por lo visto, le gustaba decirle que se pasaba el día rascándose el trasero. Era uno de los placeres de la infancia. Otro de los placeres era robar, por descontado. Cuarta parte, verano de 1940. Hay que reconocer que a Rudy y a Liesel los unían muchas cosas, pero el hurto acabó de consolidar su amistad. Lo propició la situación y lo impulsó una fuerza ineludible: el hambre de Rudy. El chico sufría de una necesidad constante de llevarse algo a la boca. Además del racionamiento al que todos estaban sometidos, en los últimos tiempos el negocio de su padre no funcionaba bien (la amenaza de la competencia judía había desaparecido, pero también los clientes judíos). Los Steiner se las ingeniaban como podían para ir tirando. Como mucha otra gente que vivía en la zona de Himmelstrasse, dependían de los trueques. Liesel le daba un poco de comida, pero tampoco sobraba en su casa. Rosa solía hacer sopa de guisantes. La preparaba el domingo por la noche, y si ya apenas llegaba para una ración, mucho menos para repetir. Cocinaba la cantidad justa para que durara hasta el sábado siguiente, y el domingo volvía a preparar una nueva tanda. Sopa de guisantes, pan, a veces patatas o trocitos de carne... Te lo comías, no pedías más y no protestabas. 122