LA LADRONA DE LIBROS La ladrona de libros | Page 123
Markus Zusak
La ladrona de libros
Al principio se entretenían con lo que fuera para olvidar la comida. Rudy
no pensaba en ella si jugaban al fútbol en la calle, o si cogían las bicicletas de sus
hermanos y pedaleaban hasta la tienda de Alex Steiner, o si visitaban al padre
de Liesel si ese día en concreto trabajaba. Hans Hubermann se sentaba con ellos
y les contaba chistes cuando empezaba a oscurecer.
Con la llegada de unos pocos días calurosos, aprender a nadar en el Amper
se convirtió en una nueva distracción. El agua todavía estaba fría, pero de todos
modos se metían.
—Vamos, sólo hasta aquí, que todavía haces pie —la animó Rudy.
Liesel no vio el enorme hoyo en el que estaba a punto de desaparecer y se
hundió hasta el fondo. Casi se ahoga por la tromba de agua que tragó, pero
salvó la vida gracias a que empezó a manotear como un perrito.
—Serás Saukerl... —lo acusó, desplomándose en la orilla.
Rudy fue lo bastante sensato para mantenerse a una distancia prudencial.
Había visto lo que le había hecho a Ludwig Schmeikl.
—Ahora ya sabes nadar, ¿no?
No parecía muy agradecida por la lección mientras se alejaba dando
grandes zancadas. Llevaba el pelo pegado a un lado de la cara y se le caían los
mocos.
—¿Eso quiere decir que no me vas a dar un beso por enseñarte? —le gritó.
—Saukerl!
¡Tendrá cara!
Era inevitable.
Al final, la penosa sopa de guisantes y el hambre de Rudy los empujaron a
robar, y los animaron a unirse a un grupo de chicos mayores que robaban a los
agricultores. Ladrones de fruta. Después de jugar un partido de fútbol, tanto
Liesel como Rudy aprendieron las ventajas de tener siempre los ojos bien
abiertos. Sentados en el escalón de la puerta de Rudy, vieron que Fritz Hammer
—uno de los mayores— se estaba comiendo una manzana. Era de la variedad
Klar —de las que maduran en julio y agosto— y tenía una pinta estupenda.
Otras tres o cuatro abultaban sin reparos en los bolsillos de la chaqueta. Se
acercaron disimuladamente a él.
—¿De dónde las has sacado? —preguntó Rudy.
Al principio, el chico se limitó a sonreír de oreja a oreja.
—Shhh... —Dejó de masticar, sacó otra manzana del bolsillo y se la lanzó—.
Se mira, pero no se come —les advirtió.
La siguiente vez que vieron al chico con la misma chaqueta, un día
demasiado caluroso para llevarla, lo siguieron y llegaron río arriba, cerca del
sitio donde Liesel solía leer con su padre cuando estaba aprendiendo.
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