LA LADRONA DE LIBROS La ladrona de libros | Page 118

Markus Zusak La ladrona de libros Apuntaba el verano en Molching, y mientras Liesel y su padre se abrían camino a través del libro, el hombre se iba de viaje de negocios a Amsterdam y la nieve se estremecía en el exterior. A la niña le encantaba esa parte, nieve con tiritera. —Así es exactamente como cae, tiritando —le aseguró a Hans Hubermann. Estaban sentados uno al lado del otro en la cama, Hans medio dormido y la niña medio despierta. A veces, cuando le vencía el sueño, se lo quedaba mirando. Sabía mucho más de él, y a la vez mucho menos, de lo que cualquiera de los dos creía. A menudo lo oía hablar con su madre sobre la dificultad de encontrar trabajo, o comentar desanimado si no debería ir a ver a su hijo; hasta que se enteró de que el joven había abandonado el lugar en el que se hospedaba y que seguramente ya estaba de camino al campo de batalla. —Schlaf gut, papá —le decía la niña en esas ocasiones—, que duermas bien. Bajaba con sigilo de la cama y apagaba la luz. El siguiente elemento del verano, como ya he mencionado, era la biblioteca del alcalde. Para ilustrar esa circunstancia particular, podríamos echar mano de un fresco día de finales de junio. Decir que Rudy estaba indignado es quedarse corto. ¿Quién se creía que era Liesel Meminger, para decirle que ese día llevaría la colada y la plancha ella sola? ¿Acaso le avergonzaba pasear con él? —Deja de lloriquear, Saukerl —protestó Liesel—. Es que no hace falta que me acompañes; si no, te vas a perder el partido. Rudy la miró por encima del hombro. —Vale, si es por eso... —Esbozó una Schmunzel—. Que te aproveche la colada. Salió corriendo y en menos que canta un gallo ya se había unido a un equipo. Cuando Liesel llegó al final de Himmelstrasse, se volvió justo a tiempo para verlo delante de la portería improvisada que tenía más cerca. La estaba saludando. Saukerl, musitó Liesel riendo y, cuando levantó la mano, supo sin lugar a dudas que él a su vez la estaba llamando Saumensch. A los once años, creo que es lo más parecido al amor que podían experimentar. Liesel echó a correr hacia Grandestrasse y la casa del alcalde. Estaba sudando y su hálito empañado se extendía ante ella. Pero leía. 118