LA LADRONA DE LIBROS La ladrona de libros | Page 110
Markus Zusak
La ladrona de libros
Lectura de El hombre que se encogía de hombros entre las dos o las tres de la
madrugada, después de la pesadilla, o por la tarde, en el sótano. Nueva visita
sin percances a la casa del alcalde.
Todo era maravilloso.
Hasta que...
La oportunidad se presentó cuando Liesel volvió sin Rudy. Era día de
recogida.
La mujer del alcalde abrió la puerta, pero no llevaba la bolsa, como habría
sido lo normal. De hecho, se hizo a un lado y le hizo un gesto con su mano
pálida para que entrara.
—Sólo he venido a por la colada.
A Liesel se le heló la sangre, empezó a resquebrajarse y estuvo a punto de
desmoronarse en los escalones.
—Warte, espera —dijo la mujer, dirigiéndole sus primeras palabras y
extendiendo sus fríos dedos.
En cuanto comprobó que la niña se había calmado, dio media vuelta y
desapareció presurosa en el interior de la casa.
—Gracias a Dios —suspiró Liesel—, va a buscarla.
Pensaba en la colada.
Sin embargo, la mujer no traía ninguna bolsa.
Cuando volvió a aparecer y se detuvo con una firmeza increíble, llevaba
una torre de libros que apoyaba en la barriga. Empezaba en el ombligo y le
llegaba hasta los pechos. La mujer parecía muy vulnerable bajo aquel peso.
Tenía las pestañas largas y livianas, y apenas un atisbo de expresión. Una
insinuación.
Ven y verás, le decían los indicios.
Va a torturarme, concluyó Liesel. Me llevará dentro, encenderá el fuego y
me lanzará a la chimenea, libros incluidos. O me encerrará en el sótano y me
dejará morir de hambre.
Sin embargo, por alguna razón —seguramente por la atracción que ejercían
los libros sobre ella— acabó entrando en la casa. El crujido de los zapatos sobre
las tablas del suelo la sobrecogió, y por eso, cuando pisó sin querer un apretado
nudo y la madera se quejó, estuvo a punto de detenerse. La mujer del alcalde no
se dejó intimidar, se limitó a echar un vistazo a su espalda y siguió andando
hacia una puerta de color castaño. Con su expresión formuló la pregunta: ¿Estás
preparada?
Liesel alargó el cuello, como si quisiera ver por encima de la puerta que
tenía enfrente. Sin duda, su gesto invitó a la mujer a abrirla.
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