Desde la semana pasada, no puedo dejar de sentirlo, un pequeño elefante se ha instalado justo en la punta de mi lengua. Él parece cómodo, casi ajeno a mi sorpresa.
Cuando intento hablar, lo hago con cuidado para no aplastarlo, pero cada palabra se convierte en un desfile de trompetas y pasos diminutos. Por eso ya no emito palabras, es mejor no incomodarlo.
Mis amigas creen que he perdido la razón, pero yo sé la verdad. Y esa verdad es que tengo algo en la punta de la lengua y es un elefante que no piensa moverse de allí.