- la gran sieteveces naturalizada en distintos rincones del país. Para adentrarnos en esta realidad recurrimos a tres noticias periodísticas y testimonios que nos permitieron darle nombre y rostro a lo que muchas veces se presenta como un dato abstracto o lejano.
Historias como las de Diego, Florencia, Estela, Felipe y Manuel ilustran las múltiples formas que asume el trabajo infantil: desde el trabajo económico en plantaciones, ladrilleras o tareas de recolección urbana, hasta el trabajo doméstico intensivo en hogares pobres, donde niñas y niños se hacen cargo del cuidado de hermanos, la limpieza, la cocina o incluso la venta ambulante. En todos los casos, se vulneran derechos fundamentales: el derecho a la educación, al juego, al descanso, a la salud y a una infancia plena.
Lo más alarmante no es solo que estos niños trabajen, sino que esta situación se tolera, se justifica o incluso se considera“ normal” en muchas comunidades.“¿ Para qué vas a estudiar si después vas a terminar en la cosecha?” Es una frase que se escucha con frecuencia en zonas rurales donde la lógica de la subsistencia impone silencios, resignación y abandono escolar. Las estadísticas muestran que muchos niños y niñas no solo dejan la escuela, sino que la escuela también los deja a ellos al no poder ofrecer alternativas viables.
En muchas situaciones, los niños son vistos como ayudantes familiares“ que bien ayuda a la familia”, sin capacidad para ejercer sus derechos ni ser escuchados. Tal como advierte Imhoff( 2011), la participación infantil queda reducida o anulada cuando las condiciones materiales y sociales no habilitan su ejercicio.
Desde la perspectiva de Carina Kaplan( 2005), el trabajo infantil se vincula directamente con los procesos de desigualdad estructural. La escuela en algunos casos refuerza estos circuitos de exclusión cuando nombra a estos alumnos como“ sin interés”,“ vagos” o“ falto de apoyo”, sin considerar el peso que tienen sobre sus espaldas. Felipe, por ejemplo, dejó la escuela para