Salgo de casa en Naón , todavía con la marca de la almohada en la cara , y ahí está el 113 . Siempre tarde , siempre lleno , pero ya lo espero como a un viejo amigo . Subo y me encuentro con esa fauna porteña : el tipo que se duerme con la cabeza apoyada en el vidrio , la señora que me clava el codo en las costillas sin piedad , y el chofer , que más que manejar , parece estar domando una bestia . El colectivo es mi refugio móvil , el lugar donde veo cómo la ciudad se va transformando , como si fuera una película en cámara lenta . Mataderos es un mundo aparte , el barrio de las casas bajas , donde los vecinos todavía sacan la silla a la vereda para charlar .
Pero cuando cruzo para Almagro , ya todo se vuelve vértigo . ¡ Qué apuro ! ¡ Qué descontrol !
El 113 me lleva despacio , casi con la pachorra de quien sabe que no hay apuro en Mataderos . Ahí , las veredas anchas se llenan de aromas que invitan a quedarse . El pan recién horneado de la panadería de la vuelta , donde atiende Cintia , es como un abrazo matinal . Cintia es de Mataderos , y se nota : su sonrisa calma y ese tono de voz que te hace sentir que el mundo todavía puede ser un lugar amable . Cada mañana , antes de enfrentar el caos de Almagro , paro a charlar con ella . Hablamos de cualquier cosa : de libros , de las novedades del barrio o de lo que nos espera al cruzar la frontera invisible que separa a Mataderos de la selva urbana .
Siempre tiene una recomendación , y si le gusta lo que estoy leyendo , me regala un alfajor . ¡ Una genia !